Comienza el embrujo, aguijón traicionero,
olvida mi nombre, que ya no te quiero;
tu cuerpo risueño se baña de hierro,
pues necio, tu eros exige un entierro.
“¡Contempla!”, se anuncia esa daga maldita,
aquella se empuña con sed de alabanzas.
Mi vieja enemiga emerge infinita
e infecta mi envés con