El armario de mis secretos

El armario de mis secretos

Lo que se guarda

Tenemos tanta necesidad de guardar secretos como de revelarlos y entenderlos

—La Poesía del Armario, Juhani Pallasmaa

Uno de mis recuerdos más valiosos es el armario de mi abuelo. Él y yo compartimos el gusto por asignar un lugar a los objetos que anhelamos guardar, pero algo que me sorprendió fue saber que le disgustaba que la gente esculcara en sus cajones, y que conmigo no tuviera ese problema. Al parecer, mi curiosidad me llevó a buscar en lo más profundo de su pequeño reino. Y él me dejó entrar sólo a mí. Me sentí increíblemente afortunado.

Así mismo, recuerdo que él no solía hablarme de varios aspectos de su vida, pero podía encontrar esos detalles en los objetos que él guardaba. Cada pieza me revelaba un secreto, o al menos me permitía crear mi propia versión de su historia. Quizás este sea uno de los motivos por los que me gusta guardar objetos en el armario, porque mi abuelo también lo hacía. Y ahora que él se ha ido, lo llevo junto con todos sus recuerdos en el armario de mi corazón.

Con este recuerdo de base, cuestiono el armario no como un simple objeto, sino como un dispositivo capaz de contener historias y secretos. En mi armario no sólo guardo los tesoros que son valiosos para mí, sino que también utilizo esa bóveda para ocultar los objetos que puedan decirle a los demás que yo soy diferente. De tanto guardar secretos, guardé una parte de mi vida a la cual le tenía miedo.

De vez en cuando, esa parte me llamaba. Había algo que me incitaba a ver. Me invadía la misma curiosidad que tenía cuando exploraba el armario de mi abuelo y me impulsaba a explorar mis propios secretos; una voz me decía que viera a través de las ranuras de las puertas que yo mismo construí.

Ocurre entonces un juego que moldea la frontera entre lo público y lo privado. El artista Miguel Ángel Rojas lo evidencia en sus primeros trabajos fotográficos (Figura 1). Nos convierte en cómplices cuando muestra que algo está pasando al otro lado de la puerta; algo oculto, algo misterioso.

(Figura 1) Rojas, M. (1979). Sobre Porcelana. Impresión en gelatina de plata.

Con su cámara captura una parte subterránea y marginal de la ciudad de Bogotá. La búsqueda del artista lo lleva a habitar lugares que le permitían tanto a él como a otros individuos marginados explorar su ser y satisfacer sus deseos. Protegidos bajo la oscuridad, acariciados solamente por la luz de las pantallas, el Teatro Faenza era el escenario de encuentros sexuales efímeros entre hombres que ocultaban sus verdaderos deseos.

Entrega un fragmento de imagen que engancha la mirada. Nos vuelve voyeristas que no pueden separar los ojos del orificio. El espectador se planta en una posición donde nadie lo observa, pero todo el escenario está dispuesto para que consuma la imagen. Dentro de mi armario ocurre algo similar: algo prohibido está pasando, está creciendo y suplicando atención; hace un llamado a que el mundo me observe a mí y a todo lo que guardo.

Encajonar y domesticar

Es difícil desprenderse de un objeto. Los objetos que nos rodean funcionan como extensiones de nosotros mismos, como prótesis que sostienen nuestra cotidianidad. Ya sean reales o simbólicos, estos elementos configuran nuestra memoria y nuestra identidad. Jacques Derrida, en Mal de archivo, señala que archivar, guardar objetos en cajones, encajonar, es un ejercicio de control, una forma de ordenar, de categorizar, de imponer límites que excluyen el caos y la mezcla. Es, en esencia, un acto de poder. Quien archiva, quien conserva, decide qué se mantiene en la memoria y qué se arroja al olvido, qué se muestra y qué se censura (Derrida, 1997).

Desde esta perspectiva, el acto de encajonar se vincula con la domesticación. La etimología de "domesticar" nos remite al latín domesticus, que significa "de la casa". Domesticamos cuando integramos algo al hogar, cuando transformamos lo salvaje en algo adecuado para convivir entre los humanos. Domar, someter, dominar; todos estos verbos convergen en la idea de hacer que algo se ajuste a un orden preexistente.

Yo me considero un individuo domesticado. Durante un tiempo, la vida que llevaba a espaldas de los demás despertó en mí una fuerza salvaje, un monstruo en el armario que se agitaba contra las normas del hogar. Al principio pensé que se trataba de una batalla contra mi familia, pero pronto comprendí que ellos también estaban atrapados en una red de poderes hegemónicos: la heteronormatividad, la religión, el patriarcado. Este entramado de creencias se había infiltrado en nuestro hogar a lo largo de generaciones, funcionando como una estructura de archivo que determina qué narrativas son válidas y cuáles deben ser borradas.

Sin embargo, archivar no sólo es un acto de control; también es un gesto de resguardo. Encajonar no siempre implica reprimir o imponer orden, sino también proteger, preservar, atesorar. Un armario lleno no es sólo un espacio de ocultamiento, sino también un refugio, un territorio íntimo al que no cualquiera tiene acceso.

A partir de esta reflexión, me propongo resignificar la domesticación no como un ejercicio de poder que somete, sino como una práctica de cuidado y construcción de vínculos. En El Principito, el zorro enseña que “domesticar es crear lazos: es transformar lo común en algo único, es hacer del otro una parte esencial de la propia existencia” (Saint-Exupéry, 1943, p. 82). Domesticar, en este sentido, es habitar el mundo con afecto, con paciencia, con compromiso.

Mi primer hogar fue el escenario donde me enfrenté a las figuras de poder y donde fui adoctrinado, pero también fue el campo de batalla donde comencé a cuestionar la manera en que me estaba percibiendo y construyendo. Ahora, busco reconstruir los lazos con la parte de mí que fue silenciada, con el monstruo en el armario, y transformar ese espacio de encierro en un verdadero hogar.

Salir del armario

Cuando me planteo lo que significa salir del armario, no puedo evitar relacionarlo con salir de mi hogar. Desprenderme de las puertas que me encierran no es un acto sencillo, es cambiar mi mirada acostumbrada a la penumbra y a entrever a través de las ranuras, sometiendo mis ojos a la luz radiante del exterior.

Este tipo de situaciones me hacen preguntarme si estoy abandonando una parte de mí, pero la respuesta es no. En vez de permanecer encerrado, cargo todo este trasegar en mi espalda; salgo al exterior con la mirada al frente y las puertas de mi armario al hombro.

“Salir del armario” se vuelve entonces una situación aún más profunda y significativa. Mi propio ser se había dividido en dos partes: alguien que sale al exterior y alguien que se queda en casa. El fragmento domesticado de mí ser que sólo existía dentro de casa se quedaba suspendido en la nada cuando dejaba mi hogar. Y viceversa; la parte que habita el exterior, la parte salvaje, se quedaba en el afuera y nunca era capaz de volver a casa.

Entonces, en la realización del performance A Puertas Afuera (Figura 2) me cuestioné cómo llevar la parte de mí que se quedaba en casa hacia el exterior, hacia lo público. Supuse que necesitaría algún tipo de armadura que lo protegiera, pues era un ser que nunca se había aventurado fuera de su morada. Quería saber si con una armadura mi ser temeroso sería capaz de caminar por la calle con seguridad, con la certeza de dar el siguiente paso para avanzar…

¿Hasta dónde?

(Figura 2) Diaz González, D. (2024). A Puertas Afuera. Performance, 00:12:00.

Por esto escogí las puertas del armario. La puerta es el límite entre el afuera y el adentro, entre lo público y lo privado; es una invitación a entrar y a la vez es una frontera, o como mejor lo plantea Juhani Pallasmaa: “El abrir una puerta es como un encuentro íntimo entre la casa y el cuerpo. Una puerta apropiada protege e invita simultáneamente. Media entre los gestos de secretismo y bienvenida, cortesía y dignidad” (Pallasmaa, 2002, p. 103).

De igual forma, Gaston Bachelard exclama: “¡Cómo se vuelve todo concreto en el mundo de un alma cuando un objeto, cuando una simple puerta viene a dar las imágenes de la vacilación, de la tentación, del deseo, de la seguridad, de la libre acogida, del respeto!” (Pallasmaa, 2002, 103).

Un pedacito de mi casa

La segunda parte del performance fue realizada durante mi intercambio académico en Francia. Un rumbo importante que tomó el gesto fue encontrar un nuevo significado. Cuando construí una réplica de las puertas de mi viejo armario, con la intención de recrear el gesto en otro país, los planos de diseño fueron mis recuerdos. La imagen de las puertas de mi armario cada vez se hacía más borrosa. Sin embargo, al trabajar la madera encontraba una forma de aferrarme y mantener un recuerdo de mi casa.

Una nueva pregunta se clavó en mi pensamiento: ¿Si sales de casa, eres capaz de llevarte a tu casa contigo? Considero que un hogar no se queda atado a una edificación, sino que sus raíces se entierran en lo más profundo de nuestro ser.

(Figura 3) Vélez, S. (2016). Puertas al Mar, Necoclí. Video, 00:02:38.

Las derivas de este planteamiento me recordaron la obra de Santiago Vélez (Figura 3). Frente a una problemática migratoria, “ponerle puertas al mar” fue una frase que ironizó el desenfrenado flujo de migrantes que navegaban las diferentes mareas del mundo para encontrar un nuevo comienzo. A partir de esto, el artista cuestiona el hogar del migrante. Las puertas, construidas con una rudimentaria estructura de flote, se iban a la deriva guiadas por la corriente, con un rumbo tan incierto como el del migrante. La idea de hogar se vuelve móvil; crea una ficción donde el hogar navega junto a nosotros.

Mi acción se transformó en una manera de avanzar llevando un pedacito de mi casa junto a mí (Figura 4). Un pedacito de mi casa colombiana en Europa. Con ella pude recorrer las calles de un nuevo país a la vez que recorría los recuerdos. Estas puertas me proporcionan protección en una tierra fría y hostil, permitiendo mantener viva la memoria de mi antiguo hogar.

(Figura 4) Diaz González, D. (2024). A Puertas Afuera. Video-performance. 00:12:00.

Cuando llevo la pieza al espacio expositivo, ocurre una doble proyección (Figura 5). Al proyectar el registro sobre las puertas cargadas del acontecimiento, una parte se escurre entre sus ranuras para llenar el espacio. Invito al observador a estar en mi lugar y ver a través de las ranuras. Consigo crear una fuga para que una parte de mi proceso escape del encierro.

(Figura 5) Diaz González, D. (2024). A Puertas Afuera. Videoinstalación, 00:12:00.

Creé este dispositivo utilizando mis miedos como material de construcción. Resignifico su carga, la porto con orgullo y hago que me acompañe en mi caminar. Esta acción me permitió llevar mi cuerpo a límites que no conocía, a ver directamente los ojos del terror.

Por eso realizo mi obra a través del performance, porque las interrogantes nacen de mi cuerpo. Porque necesito llevar mi ser al límite para seguir luchando, para descubrir de lo que soy capaz, para permanecer en resistencia y reafirmar mi propia existencia.

Lista de Figuras

(Figura 1) Rojas, M. (1979). Sobre Porcelana. Impresión en gelatina de plata.

(Figura 2) Diaz González, D. (2024). A Puertas Afuera. Performance, 00:12:00.

(Figura 3)Vélez, S. (2016). Puertas al Mar, Necoclí. Video, 00:02:38.

(Figura 4) Diaz González, D. (2024). A Puertas Afuera. Video-performance, 00:12:00.

(Figura 5) Diaz González, D. (2024). A Puertas Afuera. Videoinstalación, 00:12:00.

 

Bibliografía

Bachelard, G. (1957). La poética del espacio (2.ª ed.). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina. [Bachelard, G. (1957). La poétique de l’espace. Paris: Presses Universitaires de France].

Derrida, J. (1997). Mal de archivo: Una impresión freudiana. (Trans. H. Pons). Madrid: Trotta.[Derrida, J. (1995). Mal d’archive: Une impression freudienne. Paris: Éditions Galilée].

Pallasmaa, J. (1994). La Poesía del Armario. In Identidad, Intimidad y Domicilio (p. 31). Barcelona: Gustavo Gili.

Pallasmaa, J. (2002). Imaginario de la ventana y de la puerta. En La metáfora vivida (p. 103). Barcelona: Gustavo Gili.

Saint-Exupéry, A. (1943). Capítulo XXI. En El principito (p. 82). Buenos Aires: Editorial Emecé. [Saint-Exupéry, A. de. (1943). Le petit prince. New York: Reynal & Hitchcock].