La elegía sidática latinoamericana: una memoria necesaria

La elegía sidática latinoamericana: una memoria necesaria

La juventud, la belleza, la virilidad y el hedonismo son algunos de los tópicos en torno a los que la literatura gay suele componer odas y elegías. Así como existen odas al vigor masculino y la juventud, existen elegías dedicadas a su pérdida. El VIH/SIDA dejó su impronta en esta tradición durante las últimas décadas del siglo pasado, de tal manera que las elegías sirvieron como un instrumento de denuncia, pues dichas composiciones son testimonio del progreso de la enfermedad y el ostracismo social al que fue sometida la comunidad gay. Es difícil imaginar la soledad, el dolor y la desesperación de quienes vivieron la epidemia del SIDA en primera persona, sin embargo, sumergirnos en la literatura sidática latinoamericana puede ayudarnos a comprender a aquellos que, durante mucho tiempo, estuvieron en los márgenes: nuestros ancestros queer.

La epidemia del VIH/SIDA configuró al homosexual como un sujeto doblemente enfermo, pues, a su “desviación sexual”, se sumó el castigo de una enfermedad incurable. Esta estigmatización significó la muerte social de los pacientes, fueran o no homosexuales, pues recibir un diagnóstico positivo era sinónimo de ejercer prácticas sexuales perversas. En El sida y sus metáforas Susan Sontag (2022) advierte al respecto: “[…] en la mayor parte de los casos hasta la fecha, tener sida es precisamente ponerse en evidencia como miembro de algún ‘grupo de riesgo’, de una comunidad de parias” (Sontag, 2022, p. 129), y más adelante “El sida […] para muchos significa una muerte social anterior a la física” (Sontag, 2022, p. 139).

La segregación social dejó su marca en la literatura gay de la época, poniendo en crisis los valores del estilo gay, los cuales son identificados por el estudioso de la literatura gay, Mario Muñoz, como:

La idealización del efebo, el culto por el cuerpo, la atracción por lo sórdido, la constante búsqueda de una relación duradera, la producción de fantasías eróticas centradas en la exaltación de lo masculino, la afirmación personal mediante un estilo de vida en que se conjugan el placer y la frivolidad con la inclinación por la cultura y el arte, la omisión casi total de la presencia femenina y la exigencia de una autoafirmación, son, entre otros, los contenidos de lo que podríamos llamar una moral alterna, cuya visión de la realidad es opuesta a la consabida (Laguarda, 2017, p. 177).

Esta crisis en el estilo gay provocó que el hedonismo, el sexocentrismo, el culto a la juventud y la belleza, fueran objeto de composiciones elegíacas por su pérdida prematura en una nueva dimensión.

Si bien el tempus fugit, el carpe diem, el ubi sunt y el memento mori son piedras angulares de la literatura gay —por lo cual me atrevo a decir que esta es profundamente barroca—, tras la llegada del sida, el tópico de la pérdida de la tan apreciada juventud y belleza cobraría nuevas dimensiones por su carácter de denuncia. Al respecto, Plaza Chillón (2017) sentencia: 

No es preciso aceptar el mito del homosexual trágico para reconocer que el tema de la muerte, junto con el carpe diem, su corolario, han aparecido a lo largo de la historia en la literatura y el arte de temática homosexual; pero con las prácticas artísticas o la creación poética surgida del sida volvemos a nuestras raíces (p. 95).

Como seropositivo gay, me parece que, aunque es importante aceptarnos en la multiplicidad, también es fundamental reconocer que la esencia del arte gay y del arte sidático emanan del señalamiento contra la herida perpetua de la marginación a la que hemos sido recluidos, así como el temor de perder lo único que tenemos, es decir, la vida.

Para poner en perspectiva este giro histórico es necesario ir a las raíces del estilo gay. Ya en el siglo XIX, el norteamericano Walt Whitman escribía odas a la juventud, la virilidad y la belleza: “El muchacho carnicero se despoja de sus ropas de matadero, […]. Los herreros, tiznados y velludos sus pechos, rodean el yunque; […] contemplo sus movimientos; / El más leve de sus contoneos armoniza con el movimiento de sus brazos macizos […] (Fabre, 2024. p. 61). No era el único, desde luego; el griego Constantino Cavafis también cultivó el estilo gay: “Líneas del cuerpo. Labios rojos. Miembros del placer. / Cabellos como en las estatuas griegas modelados; / hermosos siempre, así, sin cepillar, / cayendo un poco por las blancas frentes” (Cavafis, 2018. p. 43). Este culto a la belleza, la virilidad y la juventud tiene sus paralelos elegíacos por la pérdida de dichas virtudes. Hojas de hierba de Walt Whitman, así como “Las almas de los viejos”, “La ciudad”, “Vuelve”, “Fui” y “Recuerda cuerpo” de Cavafis, pueden ser puertas en el resto de la obra de ambos para seguir observando la elegía.

En México, la segunda mitad del siglo XX fue clave para el cultivo de la tradición elegíaca sobre la pérdida de la juventud y la belleza. Por ejemplo, Luis González de Alba (1999), en Cielo de invierno, dice: “Si me lo encontrara no voltearía a verme y por mí perdió el interés de vivir. Son muchos años, tantos que, como él diría, he cambiado tres veces de cuerpo. Triplemente no soy el joven de quien se enamoró” (p. 13). Aunque también los hay más recientes, por ejemplo, Luis Felipe Fabre (2024) dice en Poeta griego arcaico: “[…] ahora que estoy por cumplir los cincuenta años / y la vejez me es más próxima que la juventud […] yo, Luis Felipe Fabre he venido a la Poesía para preguntar cómo amar de nuevo, cómo pensar a los dioses y cómo vivir bellamente” (p. 114).

Pero, he aquí el punto clave, la literatura del sida escribe esta pérdida como algo prematuro e injusto, además de que los textos sidáticos, como se dijo antes, tienen un elemento de denuncia que sus antecesores no. Para entender la crisis del estilo gay a la luz del sida, es preciso considerar que la literatura sidática coincide en describir la enfermedad como un proceso psicológico paralelo al desarrollo fisiológico de la enfermedad. Este proceso tiene como uno de sus puntos críticos la renuncia a la vida sexual. También hay que tener en cuenta que algunos personajes de la literatura del sida son trabajadores sexuales y esta condición los obliga a prolongar su vida sexual. También hay personajes que, por su psicología y convicciones políticas, terminarán rechazando la clausura sexual y elegirán la promiscuidad, el humor negro y la vanidad como una declaración de principios y una forma de “defenderse” de la enfermedad.

Sobre la vanidad y la promiscuidad como performatividad ante la enfermedad, el chileno Pedro Lemebel recopila en Loco afán (2000) testimonios como “La Regine de aluminios del mono”, “La Loba Lamar” y “La muerte de Madonna”, entre otros, en los cuales los personajes proclaman el maquillaje, la bisutería, la peluquería, la moda, la vanidad, como un principio político y moral contra la enfermedad. En este sentido, Lemebel dice: “La lobita nunca se dejó estropear por el demacre de la plaga, entre más amarillenta, más colorete, entre más ojeras, más tornasol de ojos. Nunca se dejó estar, ni siquiera los últimos meses, que era un hilo de cuerpo, los cachetes pegados al hueso, el cráneo brillante con una leve pelusa” (p. 42). Sin embargo, los estragos incapacitantes de la enfermedad terminaban no sólo en clausura sexual, sino en el fracaso de sus estrategias para enfrentar los síntomas del sida. Lemebel continúa: “Y ahí la veíamos torneada por el sol «aunque es invierno en mi corazón», repetía incansable en su show de doblete, cuando la fatiga no le permitía el baile” (p. 42).

Otra forma en que los personajes de Lemebel enfrentan el sida es a través del humor, por ejemplo: “Existen mil formas de hacer reír a la amiga seropositiva expuesta a la baja de defensas si cae en depresión. Existen mil ocurrencias para conseguir que se ría de sí misma, que se burle de su drama. Empezando por el nombre” (p. 56), y más adelante agrega: “¡Te queda regio el sarcoma linda! Así, los enfermos se confunden con los sanos y el estigma sidático pasa por una cotidianeidad de club, por una familiaridad compinche que frivoliza el drama” (p. 68). Es pertinente señalar que todos los personajes sidáticos de Lemebel ejercen el trabajo sexual, pero el sida en su fase final los obliga a la clausura sexual-laboral.

Las reflexiones en torno al cuerpo enfermo no son exclusivas del sida. Es necesario advertir que antes de escribir sobre el sida, Sontag escribió La enfermedad y sus metáforas, producto de sus meditaciones en torno al cáncer, el lenguaje y el cuerpo enfermo. Pero no es la única. Thomas Mann, por ejemplo, llega a decir en su novela La montaña mágica “[…] la enfermedad hace al hombre más corpóreo, lo convierte enteramente en cuerpo” (Plaza Chillón, 2017. p. 69). El cuerpo enfermo seguirá siendo metaforizado, apropiado por el lenguaje para bien y para mal, incluso será el tema central de grandes obras literarias recientes como Operación al cuerpo enfermo del mexicano Sergio Loo (2015):

Por supuesto, un doctor no entiende de enfermedades, las elimina. No sé qué les pasa que se les olvida que tomar medicamentos cada ocho o doce horas, si bien no es un martirio, tampoco es emocionante. Y uno espera que esa tos, esa resequedad, esas flemas, esa comezón se pasen solas, igual que un día lluvioso o una mañana soleada. O se integren a uno como la calvicie o la pobreza (p. 13).

No obstante, el rechazo que ocasionó el sida no tiene precedentes en la historia de las enfermedades. Si bien algunas habían sido asociadas antes a una minoría ––producto de un castigo o una especie de juicio––, a diferencia de la peste negra, la sífilis, la lepra, el cólera o el cáncer, la llamada peste rosa era una sentencia de muerte segura en la época de los avances médicos, una enfermedad de la cual no se conocían sobrevivientes —aunque los hubiera—. Hoy, este pasado puede parecernos remoto; es probable que muchos de nosotros conozcamos a un amigo, a un familiar (o incluso seamos nosotros mismos) quienes viven con diagnóstico seropositivo, pero durante las décadas de los ochentas y noventas, esto significaba la muerte, a menos que tuvieras dinero. Y no sé ustedes, pero yo, en definitiva, no habría sido uno de esos “afortunados”. Como dicen apócrifamente Les Luthiers: “existe un mundo mejor, pero es carísimo”.

La muerte paralela de lo corpóreo y lo psicológico será el material para las elegías de la literatura sidática. Por un lado, el fracaso de la vanidad, el humor y el hedonismo y, por otro lado, la decadencia del cuerpo a través de la pérdida prematura de la juventud y la belleza. Hay que agregar que las elegías sidáticas gay ponen especial énfasis en la muerte de la libido, que además de ser un rasgo identitario de la comunidad gay, sintetiza lo corpóreo y lo mental. Un ejemplo de la decadencia corporal, la clausura sexual y la destrucción simbólica de la identidad gay aparece en Salón de belleza de Mario Bellatín (2025):

A veces una visita a los Baños y otras hasta las calles vestido con las ropas que me habían dejado mis compañeros fallecidos. Pero, repito, no era una actividad sostenida. Lo hacía muy de cuando en cuando. Al descubrir las heridas en mi mejilla las cosas acabaron de golpe. Llevé los vestidos, las plumas y las lentejuelas al patio donde está el excusado e hice una gran pira. Olió horrible (p. 25).

La clausura sexual es, en algunos casos, el punto de inflexión en el que el enfermo asume la derrota ante el sida, por ejemplo, el cubano Ricardo Arenas (2024) en Antes que anochezca dice:

[...] hacía unos meses había entrado en un urinario público, y no se había producido esa sensación de expectación y complicidad que siempre se había producido. Nadie me había hecho caso, y los que allí estaban habían seguido con sus juegos eróticos. Yo ya no existía. No era joven. Allí mismo pensé que lo mejor era la muerte. Siempre he considerado un acto miserable mendigar la vida como un favor. O se vive como uno desea, o es mejor no seguir viviendo (p. 3).

Sin embargo, la clausura sexual no se debe sólo a la incapacidad física o a la serofobia, también hay personajes que renuncian solidariamente al sexo, con el fin de “no propagar” la enfermedad, como es el caso de “El fugado de la Habana” —que me hizo llorar—, en el que Lemebel (2000) cuenta:

No, espera, no tenemos que compartirlo todo, amor, porque no estamos en igualdad de condiciones. Yo tengo sida, y el sexo puede ser una gota amarga que nos una y nos separe para siempre, cariño. Mejor soñar que lo hacemos princesa, mejor acurrúcate en mi pecho y duerme y sueña y déjate llevar por el tumbar de mi corazón que te pertenece, que me ganaste en la apuesta de enamorarnos esta noche (p. 153).

También hay elegías sidáticas que tienen como centro el deterioro mental, por ejemplo, AIDS (An Immediate Desire to Survive) de Bill Becker, en el que dice: “Durante años / he estado hablando de mí / como una figura trágica. Ahora parece / que lo soy de verdad” (Woods, 2001. p. 373), y desde luego POESIDA, de Abigael Bohórquez (2019), que conjuga lo corpóreo y lo mental cuando dice: “Y de repente, el Sida. / ¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja / ya de por sí moridero y desamores, en esta costra antigua, / a diario levantada y revivida, / en esta pobre hombruna / de suyo empobrecida y extenuada / por la raza baldía? Sida. / Qué palabra tan honda / que encoge el corazón / y nos lo aprieta” (p. 155).

Antes de terminar, es necesario decir —para no omitir— que una parte importante de la literatura sidática es autoficcional, como es el caso de Antes que anochezca de Reinaldo Arenas y Loco afán de Lemebel. Aunque nuestro oficio es el análisis de obras literarias, no debemos perder de vista que esta literatura tiene una importante carga de denuncia social con repercusiones extraliterarias, y que algunos personajes son en realidad testimonios. Esta literatura es lo único que tenían muchos de quienes lo habían perdido todo y estoy seguro de que, así como lo hicieron antes, estas palabras pueden darle consuelo a muchos todavía. Quizá nosotros no tengamos la urgencia de luchar por la vida como lo hicieron nuestros autores, pero creo que es necesario honrar su memoria, leer sus obras, porque esa bola de sidosos nos dio patria —me refiero a la patria marica.

Podemos concluir que el culto a la juventud, el hedonismo, el sexocentrismo y la belleza, propios de la literatura del estilo gay, así como la tradición elegíaca en torno a la pérdida de estas cualidades, se transformaron con la irrupción del sida en la comunidad gay para dar lugar a las críticas elegías sidáticas.

Quisiera decirles que esta literatura es cosa del pasado, pero lamentablemente mantiene su vigencia, porque, a pesar de los avances médicos, no son pocas las noticias de desabasto, del aumento de casos, de la detección tardía, de grupos sin acceso a los tratamientos: migrantes, países subsaharianos, grupos nómadas, etc. Nuestra cultura gay no sería lo que es —ni será— sin el arte sidático. Sin embargo, miro al pasado con esperanza, porque esta lucha no puede ser en vano y estoy seguro de que mañana llegaremos más lejos.

Sin VIH no hay orgullo.

Referencias

Becker, Bill, “An Immediate Desire to Survive” en Woods, Gregory. (2001). Historia de la literatura gay. La tradición masculina. Akal. p. 373.

Bellatín, Mario. (2025). Salón de belleza, consultado. Recuperado el 2 de enero de 2025 de: https://filologiaunlp.wordpress.com/wp-content/uploads/2018/06/mario-bellatin-salon-de-belleza.pdf

Bohórquez, Abigael en Hernández Cabrera, Porfirio Miguel. (2019). Abigael Bohórquez: disidencia sexo genérica y VIH/sida en Poesida. Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Cavafis, Constantino. (2018). Recuerda cuerpo. (Trad. Anna Pothitou & Rafel Herrera). Penguin Random House.

Fabre, Luis Felipe. (2024). Poeta griego arcaico. Editorial Sexto Piso.

González de Alba. Luis, (1999). Cielo de invierno. Editorial Cal y Arena.

Laguarda, Rodrigo. (2017). “El vampiro de la colonia roma: literatura e identidad gay en México”. Takwa. Núm. 11-12. Pimavera-Otoño. pp. 173-192.

Lemebel, Pedro. (2000). Loco afán. Crónicas del sidario. Anagrama.

Loo, Sergio. (2017). Operación al cuerpo enfermo. Ediciones Acapulco.

Plaza Chillón, José Luis. (2017). Arte y sida en Nueva York. La pasión gay de Delmas Howe. Editorial Biblioteca Nueva.

Sontag, Susan. (2022). El sida y sus metáforas. Penguin Random House.

Whitman, Walt. Hojas de hierba. (2025). Secretaría de Educación de Coahuila. Recuperado el 2 de enero de 2025 de: https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Whitman,%20Walt%20-%20Hojas%20De%20Hierbas.Pdf