“Lo Queer” como una categoría no hermética y las implicaciones de establecer características aglutinantes únicas

Hola, señor, señora... ¿y señore? Sí, también señore, y señorx, y tantas otras formas que vendrán después, porque la última expresión de género no ha sido aún manifestada.
Aunque multitudes quieran cerrar la puerta y decir: "Esto es lo queer y con esto nos identificamos", no lograrán más que inutilizar el término. Con lo anterior no me refiero a que no pueda usarse. En estos días no sólo las personas son queer, sino también las prendas que se usan, los cabellos que se peinan y los programas de TV que se miran. La polisemia no es el problema.
Queer ha transitado de ser un pequeño juego de lenguaje a tener un uso globalizado que da la ilusión de universalidad. Pero no existe tal cosa; sólo la pretensión de concretar una categoría que, en principio, surgió como oposición al rótulo, como tergiversación de lo soez.
Lo queer, en algunas tradiciones modernas de camisas cortas y precios bajos, ha sustituido lo que fue “metrosexual” o “gay”, llegando a usarse como sinónimo. No vengo aquí con sotana ni vestidito de jueza: no soy quien determinará cómo se ha de usar una u otra palabra. Después de todo, las palabras escurren entre los cuerpos, y sus significados sólo existen mientras haya necesidades comunicativas y, con ellas, usos.
Como si de un castillo de arena se tratara, juntan sus manos y apilan la materia hasta formar un montículo. Entonces dicen, otra vez: “Aquí reside la esencia de lo queer”.
—¿Y cuál es la esencia de lo queer? —pregunto, porque, por más que desmenuzo sus partes, no encuentro una sola característica aglutinante. Y si un día la hallo, de seguro se me astillará la conciencia.
Aun así, la duda se contempla como un nubarrón espeso ante la pregunta, y bajo el miedo, los guiñapos responden: “Es esto” o “Es aquello”, sin ser conscientes de todo lo que dejan fuera.
El cyborg de Haraway se queda en las escaleras, deshojando sus pulgares como margaritas en busca de respuestas. Si una regla se levanta, no necesita alzarse como principio; si un emblema se teje, no necesita pretender estar intacto por siempre.
Cae la lluvia y el castillo de arena se derrumba. Y cuando hay que extender la mano, sólo se tiende hacia una porción de las masas, una muy pequeña, capaz de reconocerse por sus ropas.
¿Qué hay de las transexuales de saco y corbata? ¿De les no binaries con una antena que emerge de sus coronillas? Si tan solo fueran más estandarizadas y más llenas de características estereotípicas, las flores grises no tendrían por qué quedar fuera cuando, con el dedo, un individuo señala: “Esto es lo queer, esto es nuestra identidad”, aun cuando se había prometido un horizonte abierto.
Les dejaron sin nada. Despojaron a las otredades de su otredad porque les dijeron: “Aquí somos queer y sólo entran les que caben en este molde”.
Ya lo dijo Butler: al representar una categoría previamente, se crea a los individuos. Entonces se encendieron las fábricas, los reflectores, y de las entrañas de la bondad y las buenas intenciones, surgieron cuerpos producidos. Cuerpos queer etiquetados como envases retornables.
¿Por qué delimitar lo queer?, ¿por qué atreverse a alzar la mano y, con un palo, circunscribir el castillo? Mientras más fronteras edifiques, más largo y duro será el camino que deberán recorrer aquellas identidades cobijadas provisionalmente bajo el "+". ¿Qué hay de los cuerpos que se han despojado de la carne y han dejado el hueso al descubierto? Aquellos seres informes que han abrazado la rareza recorren las calles y, si tienen fortuna, no deben ajustarse los pantalones ni peinarse los caparazones con tal de recibir un plato de comida o un trato considerado.
Que lo queer no se agote en la intención de formar una masa uniforme. ¿En qué se diferenciaría entonces del nacionalismo o del patriotismo?, ¿en qué se distinguiría de aquellos egoísmos en capas que segregan todo lo que no les embona bajo argumentos arbitrarios o conservadurismos?
No somos matemátiques tratando de despejar un problema algebraico. Lo queer no es la x que debemos resolver y definir como un número específico.
En medio de tanta confusión, es bueno tomar una bocanada de aire, para que venga desde bien afuera lo que se ha despreciado, lo que se ha ignorado, lo que no se ha tenido en cuenta porque no es el estándar.
Y que la bandera mute y que muten los cantos, porque si los cuerpos se transforman y las identidades transitan y se redefinen con el tiempo, ¿por qué no reformular continuamente aquellos elementos insignia? Que lo queer pierda el recato y, sin ninguna modestia, no tema ser maximalista. Que no tema integrar otras luchas ni ser descaradamente polisémico.
Que ninguna muralla cerque su significado, y que, si hay algo que dejar bien lejos, se hable desde lo que no es y no desde lo que es, ya que, de esta manera, al menos la intención mediará a favor de no pasar por encima de los “daños colaterales”.
Entonces, el cyborg de Haraway se levantará de sus pesares, atravesará el espacio vacío donde antes hubo una pesada puerta, y compartirá y cenará sin temer que le envíen a lo más profundo del olvido.