Notas vampíricas de una ciudad insomne

Notas vampíricas de una ciudad insomne

Cuando me fue solicitado un texto para el número de aniversario de Gaceta Queer, pensé escribir algo que pudiera representarme, no sólo que fuera un texto inédito, sino que permitiera a les lectores acceder a una parte íntima de mi alma, que pudiera sentirse como una amena plática desprendiéndose de un texto autobiográfico, teniendo como punto de partida una de la novelas más importantes en mi vida y que nos permitiera adentrarnos juntes en la vida nocturna que la Ciudad de México nos proporciona a las disidencias sexogenéricas.

PASO 1: CAMINANDO ENTRE LÍNEAS

La nostalgia es un sentimiento característico de la identidad mexicana, con una tendencia a verlo todo color de rosa, a ver, o más bien a recordar, lo mejor de cada momento, inclusive de los más desastrosos. Como sociedad, nos caracteriza la percepción de que varios elementos de nuestra cultura eran mejor en el pasado, desde los rostros de la pantalla grande hasta el precio de las botanas. Nuestros muros de Facebook son un constante recordatorio de cómo pasan los años, y de que aquello que nos parecía tan cercano, no mayor a cinco años, cumple hoy veinte.

Yo no soy ajeno a esos sentimientos; incluso diría que es algo característico de mi personalidad. El rememorar episodios de la historia de México es un elemento frecuente en mis conversaciones: edificios, farándula, películas, sucesos políticos y, en especial, libros, son mis armamentos de conversación nostálgica histórica, sobre todo si se trata de literatura mexicana. No podría autodenominarme experto en la materia; más bien soy sólo un lector que, cuando logra vencer sus problemas de concentración, es capaz de terminar el libro que ha caído en sus manos, así le tome dos noches o dos años.

A menudo regreso a uno de los libros más importantes para mí, al que considero más importante. Lo releo o me sumerjo en él —ya sea curioseando en internet o en mi alma— y siempre aterrizo en la misma pregunta: ¿cómo es posible que aún no se haya hecho una película de este libro? Pero no es esta pregunta por la que quiero empezar.

El libro en cuestión es El Vampiro de la Colonia Roma, de Luis Zapata, que ya cuenta hasta con una versión de aniversario cuyo precio no sé si estaría dispuesto a pagar. Claro, si no lo hubiera leído ya. Gracias a las redes sociales —sobre todo al lado lector de YouTube, TikTok e Instagram—, cada vez más personas conocen la novela como “la primera novela gay o LGBTQ+ de México”. Esta información no es del todo cierta ya que, si a rigurosidad del tiempo nos ceñimos, 41 o el muchacho que soñaba en fantasmas (1963), de Paolo Po, es más de diez años anterior a la obra de Zapata. Y si decidimos retroceder un poco más, podemos encontrar La estatua de Sal, de Salvador Novo, que, aunque publicada hasta finales de los 90, su realización data de mediados de los 40. Incluso, más atrás hallaremos Los cuarenta y uno: novela crítico-social (1906), de Eduardo A. Castrejón, que, aunque en tono satírico, moralino y un tanto homofóbico, nos relata novelescamente el tan famoso suceso de El Baile de los 41.

Aunque estas obras son bastante distintas entre sí, hay una característica que comparten y que a su vez los aparta de El Vampiro: el anonimato. Tanto “Paolo Po” como “Eduardo A. Castrejón” son seudónimos de sus autores, quienes omiten sus nombres para que nadie sepa que han mancillado su carrera al hablar sobre la homosexualidad, provocando que, hasta fechas recientes, pocos sepan de estos libros, y todavía menos sobre sus verdaderos autores. Al día de hoy, conseguir libros de ambos autores es difícil, por no decir imposible. Curiosamente, aunque el tema no es el mismo tabú que era en su tiempo, nadie se ha molestado en reeditarlos.

Una situación similar pero no idéntica, sucede con el libro de Novo. Aunque las obras de El Cronista de la Ciudad siguen reeditándose y el libro en cuestión no es difícil de encontrar, tuvieron que pasar casi cuarenta años para que viera la luz. A manera de borrador, pasó de mano en mano entre el círculo cercano del autor, pero dada la naturaleza de la temática tan desinhibida y fuerte (antimoral) para la época, no vio la luz de manera íntegra hasta 1998.

Es con estos precedentes que El Vampiro de la Colonia Roma cuenta como un hito, a mis ojos, no como la primera novela LGBTQ+ mexicana, sino como el primer texto hecho por un homosexual sobre prácticas homosexuales, y dando abiertamente la cara sobre quién lo había escrito. Además, un libro que, al igual que su trama, rompe con el esquema tradicional de escritura, saltándose por encima las normas de redacción; carente de comas, párrafos, puntos y mayúsculas, da al lector una experiencia que obliga, en algunos casos, a releer varias veces sus páginas sin que se sienta como una lectura pesada.

Yo creería que, a estas alturas, ya varios saben sobre qué trata la novela, pero haciendo una sinopsis para quien aún no la ha leído y desea hacerlo, podría platicarle que Adonis García, un pícaro joven que va descubriendo su homosexualidad, su ciudad y diversos excesos, nos relata su vida, su visión del mundo que le rodea y, en especial, sus experiencias como trabajador sexual gay en una Ciudad de México de los 70.

A través de sus páginas, el libro de Zapata nos va regalando un tesoro para los que, como Novo, somos aficionados de la Ciudad de México y su sinfín de historias. Intencionalmente o no, nos enseña una Ciudad de México que ya no existe, haciendo énfasis en la Zona Rosa, en los tiempos en que vivía su auge de intelectualidad y fiesta.

Imposible no recordar sus jocosas experiencias en el Sanborns (en las que descubrimos que los glory holes no son cosa nueva), las orgías de los ricos en las Lomas, la vista del Palacio de Bellas Artes y la Torre Latinoamericana o su recuerdo sobre el Teatro Fru Fru y la mítica estatua de La Tigresa.

Desde mi punto de vista, los cinco libros básicos de la literatura mexicana para conocer la Ciudad de México y su desarrollo hasta los años 70 son: Santa de Federico Gamboa, La región más transparente de Carlos Fuentes, Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco, Nueva Grandeza Mexicana de Salvador Novo y El Vampiro de la Colonia Roma de Luis Zapata, con los que, si hacemos un pequeño esfuerzo, podemos trazar una cronología de los hechos e, incluso, relacionar nombres, personajes y lugares dentro de las mismas obras.

Es aquí donde se aviva la llama de la nostalgia, pues, aunque son sumamente relevantes en la literatura mexicana, estas novelas tienen entre cincuenta y cien años, y no es que por ser viejas pierdan valor, pero son muestra de lo poco que se conoce sobre literatura nacional después del boom latinoamericano. No es que no existan grandes historias y autores mexicanos contemporáneos, sino que vivimos un tanto aferrados a no querer conocer más allá del boom. Y claro, intervienen muchos factores como el acceso a los libros, la escasa cultura lectora, la preferencia por los medios digitales, el poco tiempo para el esparcimiento, etc.

La magia del libro de Zapata radica en su narración libre pero coherente, detallada pero no aburrida, sensual mas no grotesca, sobre la vida nocturna y sexual de la Ciudad de México. Aunque ha pasado más de medio siglo desde su aparición, gran parte sigue vigente. La hipocresía sexual, bares y lugares de encuentro, el trabajo sexual y las relaciones efímeras son temas comunes a conversar o vivir hoy en día desde una perspectiva distinta en la que la población LGBTQ+ posee más libertad de expresión y acceso a diversos medios digitales.

Así como se muestra en la novela, la Ciudad de México, una de las ciudades más pobladas del mundo, es un ser vivo lleno de personas, calles y callejones con tantas caras, historias, lágrimas, risas, besos, peleas, pasiones, agonías y muertes como ventanas y puertas hay en ella. En cada casa, antro y persona existe, durante la noche, una trama aburrida, compleja, absurda, triste, sexy o deleitable, donde sólo la magia nocturna puede dar, para bien o para mal, recuerdos inolvidables.

La producción televisiva y cinematográfica de nuestros tiempos presenta varios ejemplos de cómo la Ciudad de México es un monstruo inconmensurable para quienes habitan en sus entrañas, una ciudad que de día es una y de noche es otra, donde los problemas de sus habitantes no se perciben igual con el sol que sin él. Pareciera que el día nos da esperanza: durante este tiempo hay oportunidades, oficinas y hospitales operando de manera laboriosa, tomamos riesgos en la manera en que vestimos, comemos, compramos y en los lugares que visitamos.

Pero al caer la noche, la dinámica se transforma: se cierran lugares, se terminan oportunidades, se ven las consecuencias de las decisiones diurnas. El día pareciera ser el largo preludio a nuestra presentación escénica donde, ante la negrura iluminada artificialmente, mostramos la construcción de personaje realizada, con sus problemas, cansancios, amoríos, enojos, llantos y risas. Nos permite crear espejismos del ser, arreglarnos para salir a algún lugar luciendo nuestras mejores prendas, vivir en el estruendoso apapacho de la multitud de seres nocturnos que, al igual que la mayoría, comenzarán su rutina al día siguiente.

PASO 2: DEL CELULOIDE AL STREAMING

En filmes y series como Salón México (1949), Tívoli (1974), Bellas de Noche (1975), Las noches del Blanquita (1981), El club de los insomnes (2018), Roma (2018), La Casa de las Flores (2018), Esto no es Berlín (2019), Tengo que morir todas las noches (2024) vemos, a manera de ventanas indiscretas, historias, romances que empiezan o terminan, besos fugaces, ocultos o apasionados que se desprenden de sus protagonistas enmarcados en ritmos populares de los centros nocturnos (dependiendo la época), danzones, tropicales, pop, rock o disco; entallados vestidos, transparencias, colores brillantes o llenos de lentejuelas, y amplios trajes de corte inglés o italiano, negros, blancos, cafés, azules o grises, con sus respectivos sombreros. Se da rienda a bailes sensuales, críticas, bromas y chistes que durante el día (la cara pública: oficinas, escuelas o iglesias que nos dicen cómo ser y comportarnos) se consideran de mal gusto, pero que arriba de los escenarios (en la noche, la cara privada: bares, salones o cabarets), colectivamente y de manera implícita, se aceptan.

Obras como, Uno y medio contra el mundo (1974), Perro Callejero (1980), Pedro Navaja (1984), Sabor a mí (1988), El callejón de los Milagros (1995), De la calle (2001), o Belascoarán (2022), nos dan otro amplio rostro que impacta de frente para incomodar a sus espectadores. La pobreza y la violencia son dos temas que, si bien, no son codependientes, sí se muestran con recurrencia. La noche se vuelve el escenario perfecto para sacar lo “peor” de los seres humanos, bajo el cobijo de calles solas, tenuemente alumbradas y con poca seguridad. Estas obras muestran historias de les relegades de una Ciudad que “jura” proteger su multiculturalidad. Trabajo y explotación sexual (casi siempre romantizada con padrotes guapos y carismáticos), violencia entre y hacia las personas en situación de calle, crímenes que quedan impunes (pero que al mismo tiempo son la carroña para los periódicos de nota roja).

PASO 3: DONDE NOS DIERON LAS DIEZ Y NOS DIMOS CON DIEZ

Otro punto clave, y en torno al cual han girado varias historias de nuestra comunidad, son los bares o antros y lugares de encuentro, sitios donde históricamente pasamos de las reuniones clandestinas en casas y burdeles a espacios que ponen banderas e imágenes relacionadas a temas LGBTQ+.

Al día de hoy, aquellos espacios denominados “de temática LGBTQ+”, “gays”, “bares LGBTQ+” o “espacios para la comunidad” han perdido gran parte de su originalidad al mezclarse con actitudes y aptitudes que no incomodan a las personas cis-hetero, aunado a la inseguridad que reina en las calles.

Si bien no se trata de hacer promoción a ningún establecimiento, pueden venir a nuestra mente algunos bares de la Zona Rosa o cercanos a la Alameda Central, tras cuyas puertas, cohabitan mágicos seres bañados por luces neón, decoraciones sugerentes y estrambóticos gogos o dragas que hacen de la noche un lugar para dejar atrás tristezas, corazones rotos o momentos estresantes. Surge la libertad de ser quien se desea ser; vestir, bailar, besar y algo más allá de lo que la sociedad nos ha dicho que es correcto o moral.

Canción tras canción, se crean o recuperan recuerdos clave en nuestras vidas, que han forjado quiénes somos y nuestra forma de ver la vida. Con una variedad musical para todos los gustos, desde electrónica, pop —de nivel señora a chava contemporánea—, disco, hasta reguetón, salsa, cumbia, etc. Es sólo cuestión de probar y optar por aquel que más se acople al gusto personal. Aunque opcional, se recomienda ir acompañadx de alguien más, una o varias personas de confianza para cualquier percance.

La música y danza forman un binomio imprescindible en espacios compartidos en los que se entrecruzan vidas y donde una canción específica puede volverse el detonante del recuerdo de una noche, persona o encuentro especial. Una canción que se vuelve NUESTRA CANCIÓN, NUESTRA NOCHE.

Pícaramente, cierro con los lugares de encuentro: cabinas, vapores, cybers. Y es que en ellos, más que en otros, el anonimato juega un papel protagónico, recorriendo sus pisos y detrás de sus puertas con manchas blanquecinas, hallaremos personas y gustos variados. Si bien, no son lugares que se limitan a la noche, es durante ella que, al igual que los bares, tienen la mayor afluencia. La espera de acudir y pasar un grato momento en estos lugares al salir del trabajo o escuela, se vuelve, en algunos casos, el incentivo diario, semanal o mensual de sus usuarios. El amparo nocturno facilita que una mayor variedad de personas se entrelacen con otras, pues las obligaciones diurnas (estudiantes, oficinistas, médicos, arquitectos, veterinarios… No hay grado académico requerido; si se es aventurero podría llevar una bitácora o quiniela) han terminado y es momento de dar libertad a la experimentación de emociones, sensaciones y actos erótico-sexuales.

Orgías programadas (usualmente temáticas: osos, twinks, vaqueros, XL, etc.), shows triple equis, promociones, presencia de sextwitteros o alguna otra dinámica, son los engranajes que luchan por captar la atención de un público ya de por sí sobreestimulado para atraer la mayor cantidad de personas a estos lugares, en los que, aunque no es habitual conocer el nombre (real o el inventado) de las parejas (intentando aferrarnos a la idea del secretismo y el anonimato) en la era de los medios digitales (y una sobreexplotación de contenido sexual en Twitter/X), nos da caras, cuerpos y voces que podríamos o no reconocer en su faceta diurna.

Una vez puesta en perspectiva, elijan ustedes, querides lectores, cómo desean adentrarse en la experiencia de la vida nocturna de la Ciudad de México: desde lo imaginativo, entre páginas, películas y series, hasta lo práctico, en lugares de encuentro y bares. Tomen sus precauciones antes, durante y después, y no olviden disfrutar de cada momento como si fuera el último.