Palabra de amigo

Palabra de amigo

No es la primera vez que pasa, y tampoco será la última.

Mauricio está consciente de que sus compañeros de clase creen que es aburrido. Aburrido porque pasa todos los recreos pegado a un buen libro y no jugando al fut. Aburrido porque siempre platica con el profe de Educación Física pero nunca le pide unirse al equipo de básquet. Aburrido porque, incluso hoy, en el paseo de fin de curso, es incapaz de despegarse de su mochila, lonchera y uniforme (aunque ese último sea por culpa de su mamá). Pero seguro, han de pensar sus compañeros, ni él es tan aburrido como para no subirse a ninguno de los juegos mecánicos del parque de diversiones. ¿O sí?

—Déjenlo, es un cobarde.

—¡Qué miedoso!

—Seguro es maricón.

La cosa es que sí, Mauricio es así de aburrido. Y aunque escucha las cosas que sus compañeros dicen a sus espaldas, a él ya (casi) no le molestan. A fin de cuentas, sólo él conoce la historia completa.

Mientras el resto del grupo escolar se divide en grupitos de amigos que recorren el parque de diversiones de arriba a abajo y buscan qué juego probar después, Mauricio encuentra una banca solitaria cerca del área de comida. Se sienta y se quita la mochila (nunca se separa de ella porque nunca se separa de sus libros) y con cuidado, saca el libro que ha estado devorando los últimos días. Se asegura de que nadie le esté prestando atención antes de adentrarse entre sus páginas.

No es que prefiera leer a subirse a una montaña rusa o a los carritos chocones. No es que no quiera probar cada uno de los juegos mecánicos, ni que le tema a las alturas, ni que se maree muy fácil (la navidad pasada logró pasar todo el trayecto a Cuernavaca leyendo en el coche).

No es que no quiera unirse al equipo de básquet y pasar las tardes jugando en el patio en vez de hacer tarea. No es que no quiera jugar al fut o aprender a saltar la cuerda durante el recreo.

No es que no quiera hacer todo lo que sus compañeros hacen.

Es que no puede.

O eso dicen sus radiografías. Sus doctores. Su historial médico. Su sentencia.

Escoliosis idiopática. Severa. Detectada a los tres años de edad, después de que su mamá lo encontrara dormido en una posición que no podía ser cómoda para alguien con la columna recta. Necesitará cirugía en cuanto deje de crecer. Dos barras de metal. Quiénsabecuántos tornillos.

Siempre ha sido así. Siempre lo ha sabido.

Su destino está escrito y ninguno de sus compañeros lo sabe. Suficiente tiene con las miradas de lástima que le lanzan las maestras.

En cuanto Mauricio siente que se adentra en su libro y logra ignorar los gritos y risas de sus compañeros, una voz lo saca de la historia.

—¿Qué lees?

Es Fernando González, uno de los niños que siempre se sienta al fondo del salón. Está sudado y probablemente le hace falta tomar agua.

—Nada —dice Mauricio. ¿Le tembló la voz? ¿Habló muy alto?

Cierra el libro de golpe.

Fernando se sorbe la nariz.

—Es que siempre te veo con un libro diferente.

Fernando González… ¿lo ve?

Mauricio no dice nada. Espera a que Fernando se vaya (todos siempre se van), pero él interpreta el silencio como una invitación a sentarse.

Mauricio nunca había estado tan cerca de Fernando González.

—¿Te está gustando? —pregunta, señalando el libro.

Mauricio asiente.

—¿Puedo verlo?

Mauricio niega con la cabeza. Abraza el libro contra su pecho, ocultando la portada.

Fernando se limpia las manos en el pantalón.

—¿Por qué no?

—Te vas a reír.

—No es cierto.

—Todos se ríen.

Fernando suelta una risita. Mauricio frunce el ceño.

—Está bien, está bien —dice Fernando, todavía sonriendo. Se endereza tanto como puede y coloca la mano derecha sobre el pecho, como cuando hacen honores a la bandera. Se aclara la garganta—. Te prometo, por lo que más quieras en el mundo, que no me voy a reír.

Mauricio lo observa, poco convencido, hasta que Fernando añade:

—Palabra de amigo.

Nadie nunca le había hablado con tanta sinceridad.

—Está bien —dice y suelta el libro, revelando la portada poco a poco.

Fernando observa con curiosidad, sin dejar de sonreír. La ilustración muestra el pie de alguien envuelto en un zapato de tacón rojo. La pantorrilla es lo suficientemente translúcida como para dejar ver el esqueleto de la extremidad, sólo que, en vez de estar compuesta por huesos, está compuesta por piezas de metal.

—Guaaaaaaau —dice Fernando, tan confundido como asombrado—. ¿De qué trata?

Mauricio esperaba que no preguntara.

Palabra de amigo, piensa.

—Es… elcuentodeCenicienta.

—¿El qué?

Mauricio suspira.

—El cuento de Cenicienta —repite, esta vez con calma.

—Ah.

—Pero Cenicienta es un robot. —Eso hace que Fernando abra los ojos como platos, curioso—. O, bueno, mitad robot. Es un cyborg.

—¡¿Un cyborg!?

Mauricio asiente.

—Su pie es de metal.

Fernando se lleva las manos a la cabeza, incrédulo.

Luego no dice nada. Mauricio empieza a preocuparse. ¿Pensará que es raro? ¿Creerá que es un libro para niñas sólo porque trata sobre princesas? ¿Habrá arruinado cualquier oportunidad de hacerse amigo de Fernando González?

Entonces Fernando suelta:

—¡¿Crees que después del baile, en vez de perder la zapatilla, pierda el pie completo?!

Mauricio sonríe.

—No he llegado a esa parte.

Fernando se pone de pie de un brinco.

—Ahora tendrás que contarme cuando lo hagas.

Mauricio quiere explicarle que será imposible, que después de este paseo todos entrarán a secundarias distintas y ya no podrán verse. Pero Fernando no lo deja hablar.

—Podrías venir a mi casa en el verano, aunque tengo que pedir permiso. Podríamos leerlo juntos. O podrías enseñarme a leer porque yo todavía soy muy lento. Podría presentarte a mi hermanita y podríamos ver la peli de Cenicienta con ella. Podríamos hasta contarle el cuento de Cenicyborg. Seguro así le pierde el miedo a las pelis de Transformers. ¡Hasta podrías jugar Transformers en la Play conmigo! Oye, sí te gustan los Transformers, ¿no?

Mauricio niega con la cabeza, tratando de desenredar toda la propuesta de Fernando.

—No importa, yo te enseño. Palabra de amigo —dice y le ofrece una mano. Mauricio la toma con cuidado.

El resto del día lo pasan caminando por el parque, y cuando llega la hora de regresar a casa, se sientan juntos al frente del camión. Fernando se queda dormido en el hombro de Mauricio, y aunque esta es la primera vez que pasa, Mauricio espera, con todas sus fuerzas, que no sea la última.