Paz Queer

La realidad de la población LGBTQ+ en Centroamérica desde los Estudios de Paz
Resumen
Este trabajo explora, desde la perspectiva de los estudios de paz, la violencia directa, cultural y estructural que afecta a la diversidad sexual y de género en El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. En estos países, las personas LGBTQ+ enfrentan agresiones directas por parte de pandillas y agentes del Estado, así como una represión sistemática que obliga a muchos a buscar asilo en el extranjero. Además, la violencia estructural se manifiesta en la pobreza, la falta de oportunidades educativas y laborales, y la discriminación cotidiana. De igual forma, la violencia cultural, alimentada por prejuicios y estigmas, refuerza la exclusión y la discriminación en diferentes esferas sociales. Aunque ha habido avances en derechos humanos, como la despenalización de la homosexualidad y la protección contra la discriminación, estos logros resultan insuficientes para resolver la compleja realidad que enfrenta la comunidad LGBTQ+. Este análisis propone un proceso de construcción de paz, con el fin de transformar la cultura de violencia en una de paz para la población LGBTQ+ en Centroamérica.
Introducción
La guerra y cualquier forma de violencia organizada son fenómenos culturales, y como tales, se aprenden y se desaprenden. Dicho en otros términos, tanto la guerra como la paz son frutos culturales, son resultados de decisiones humanas y de empeños sociales –Vicenç Fisas, Cultura de paz y gestión de conflictos
Nuestra Centroamérica enfrenta muchos retos en su proceso de desarrollo democrático: la violencia criminal provocada por el narcotráfico y la guerra de pandillas que desangra a Honduras, Guatemala y El Salvador, este último impulsando políticas de represión que desconocen las garantías fundamentales de sus ciudadanos. Por otro lado, Nicaragua enfrenta la asfixia de un régimen autoritario, mientras que la corrupción debilita las instituciones en Costa Rica y Panamá. En consecuencia, los derechos humanos son elementos significativamente golpeados en estos escenarios. En este contexto, la situación de grupos con vulnerabilidades múltiples, como las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans (LGBT) y otras de la diversidad sexual, es aún más preocupante (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2023).
Asimismo, la población LGBTQ+ ha sido históricamente discriminada, incluyendo la demonización, patologización, criminalización y la exclusión social. Aunque la despenalización y la protección frente a la discriminación es un avance, Centroamérica enfrenta retos significativos para el reconocimiento de derechos humanos en los ámbitos más básicos como la vida, la libertad y la seguridad, sumados a problemas culturales y estructurales. En otras palabras, Centroamérica se plantea como un contexto de alta conflictividad para la población LGBTQ+, pues existen desafíos importantes para el goce pleno de sus derechos humanos. Los estudios de paz tienen mucho que aportar al análisis de esta realidad.
1. Las violencias
En Centroamérica, la población LGBTQ+ padece agresiones físicas y verbales, lo que se conoce como violencia directa, pero también padece otro tipo de agresiones relacionadas con prejuicios y el estigma, lo que se traduce en violencia cultural, además de normativas o políticas públicas discriminatorias que puedan existir desde sus gobiernos y Estados, entendidas como formas de violencia estructural.
Así pues, en el caso de Centroamérica se encuentran los tres tipos de violencias definidas por Galtung (1999). El Salvador, Honduras y Guatemala son los países con mayor número de personas LGBTQ+ per cápita solicitantes de asilo en los Estados Unidos de América hasta el 2017 (Human Rights Watch [HRW], 2020), lo que constituye una cuestión de violencia directa al orillar a estas personas a abandonar sus hogares. En El Salvador, las personas LGBTQ+ tienen que lidiar con la violencia de agentes del Estado, como la policía, pero también de agentes criminales, como las pandillas (Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados [ACNUR], 2016, p. 40). Es importante destacar que esta vulnerabilidad ante grupos criminales representa un problema regional. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) señala que “[…] en particular las mujeres trans, son más vulnerables a la violencia a manos de grupos armados ilegales y del crimen organizado en Centroamérica” (2015, p. 279).
Así también, vemos que en Nicaragua, “[…]ser una persona gay, trans o lesbiana se convirtió en todo un suplicio […]” (Saiz y Ortega, 2021). En particular, se reporta que más de 200 personas LGBTQ+ fueron agredidas por actores afines al gobierno nicaragüense y muchas personas LGBTQ+ nicaragüenses han tenido que refugiarse en países vecinos, como Costa Rica, desde 2018 (Mesa de Articulación LGBTIQ+ en el Exilio [MESART], 2022).
Asimismo, la CIDH reportó que cuarenta y cinco personas LGBTQ+ de Centroamérica (sin datos de Costa Rica) sufrieron formas de violencia directa en un periodo de quince meses, incluyendo ataques con golpes y armas, y el asesinato en diversas modalidades, incluyendo la decapitación (CIDH, 2014a). Sin lugar a dudas, una de las peores formas de violencia directa es la muerte. Sobre esto, Honduras es el país en el mundo con mayor cantidad de personas trans asesinadas por millón de habitantes (Transgender Europe [TGEU], 2023).
Las situaciones antes mencionadas sólo son algunos ejemplos de la lamentable violencia directa hacia las personas LGBTQ+ que está presente en todos los países de nuestra Centroamérica. Sobre esto, Galtung nos dice que la violencia directa es la más simple de reconocer, pues está vinculada a la conducta y se muestra con agresiones físicas y verbales, pero está permeada de orígenes culturales y estructurales, incluidos el patriarcado, la jerarquización y los roles de género, la homofobia y la masculinidad hegemónica, entre otras (1999, p. 15). Esta interrelación es significativa, porque “la violencia directa refuerza la violencia estructural y cultural […] Y esto a su vez puede llevar a incluso más violencia directa” (p. 16).
Así pues, buscando entender esta relación entre violencias y lo que abarcan, es importante definirlas. Sobre esto, Galtung nos dice:
La violencia cultural es la suma total de todos los mitos, de glorias y traumas, y demás, que sirven para justificar la violencia directa. La violencia estructural es la suma total de todos los choques incrustados en las estructuras sociales y mundiales, y cementados, solidificados, de tal forma que los resultados injustos, desiguales y casi inmutables. La violencia directa […] surge de esto, de algunos elementos, o del conjunto del síndrome (p. 16).
Para comprender el triángulo de la violencia hacia la población LGBTQ+ en Centroamérica, debemos abordar la violencia estructural y cultural. En el caso de la violencia estructural, la población LGBTQ+ de Centroamérica sufre, entre otros temas, por la pobreza. En Guatemala, “La Procuraduría de los Derechos Humanos de Guatemala describió como ‘preocupante’ un hallazgo de su encuesta de 2017” (HRW, 2020, p. 73). La pobreza, sumada a la falta de oportunidades educativas y laborales, lleva a las personas LGBTQ+ de Centroamérica a un estado de profunda vulnerabilidad, por ejemplo, “personas LGBT fueron expulsadas de las clases o amenazadas con ser expulsadas de la escuela debido a la no conformidad de género” (HRW, 2020, p. 69); así mismo, “pueden ser privadas de oportunidades o de ascensos” (HRW, 2020, p. 71) en sus trabajos. El limitado acceso a recursos y oportunidades de las personas LGBTQ+ los obliga a sobrevivir a constantes situaciones de violencia estructural que contribuyen a formas de violencia directa, por ejemplo “las mujeres trans, […] se ven obligadas a desempeñar el trabajo sexual como resultado de la discriminación en el empleo, son incluso más propensas a enfrentar violencia por parte de pandillas, de la policía y de sus clientes” (HRW, 2020, p. 69).
Asimismo, una forma importante de violencia estructural en Centroamérica que contribuye a la violencia directa, es hacia las mujeres transgénero privadas de libertad, ya que se les coloca en cárceles para hombres cisgénero, lo que las hace vulnerables a abusos físicos y sexuales. Esto ocurre en Guatemala (HRW, 2020, p. 86) y Honduras (HRW, 2020, p. 111). Otra forma de violencia estructural son las limitaciones legales e institucionalidades para acceder al matrimonio igualitario y formar familias homoparentales; Honduras tiene prohibiciones directas para ambas (HRW, 2020, p. 111).
Por otro lado, las personas LGBTQ+ en Centroamérica experimentan tipos de violencia cultural que profundizan su exclusión y discriminación. Las violencias como el estigma y los prejuicios afectan sus relaciones personales, pero también afectan la sociedad y la economía para limitar su acceso a derechos y oportunidades. En Panamá, un informe de CIPAC y AHMNP (2015) documenta que los adultos mayores LGBTQ+ enfrentan el riesgo de expulsión de hogares y centros de atención si se descubre una relación entre personas del mismo sexo, lo que demuestra cómo el prejuicio cultural refuerza barreras estructurales que profundizan su vulnerabilidad y exclusión.
Además, en Costa Rica, esta violencia cultural aumenta también en la interseccionalidad. Así es el caso de las personas LGBTQ+ migrantes y refugiadas. Saiz y Ortega (2021) nos muestra cómo la población LGBTQ+ siente que no tiene el respaldo de la comunidad LGBTQ+ nacional de Costa Rica por la xenofobia y el racismo. Igualmente en Costa Rica, las mujeres LGBTQ+, y en especial las mujeres trans, sufren el abandono familiar basado en los prejuicios sociales que las deja en una total desprotección, haciéndolas víctimas de una cadena de marginalización y violencia (MULABI, 2011, p. 4).
De igual manera, la violencia cultural en Centroamérica, accionada por los prejuicios, ha llevado a las personas LGBTQ+ a tener que negar y ocultar su identidad, acceder a terapias de conversión, matrimonios no deseados y abandonar sus estudios. En Guatemala “el rechazo familiar obliga o empuja a las personas LGBT a someterse a una terapia de conversión, ofrecida tanto por profesionales de la salud mental como por líderes religiosos, a veces en forma de exorcismo de supuestos demonios” (HRW, 2020, p. 79), así “acceden a matrimonios heterosexuales” (HRW, 2020, p. 80) y además “se ven obligadas a dejar la escuela o que ven comprometida su posibilidad de éxito en los estudios por el acoso escolar y la discriminación ya corren con desventaja en el mercado laboral (HRW, 2020, p. 103).
Por último, estas diversas formas de violencia son generalizables a todos los países de Centroamérica y uno de los principales obstáculos para entender esta problemática en profundidad es la falta de datos existentes. Sobre esto, la CIDH nos dice que “la mayoría de los Estados miembros de la OEA no recopilan datos sobre la violencia contra personas LGBT” (2014b), por consiguiente, “muchos casos de violencia contra personas LGBT no se denuncian, ya que muchas personas, temiendo represalias, no quieren identificarse como LGBT o no confían en la policía o en el sistema judicial”. Sin embargo, “la falta de información con respecto a otros Estados miembros de la OEA no debe entenderse como indicación de la ausencia de violencia contra personas LGBT en esos países”.
2. La paz imperfecta
Aunque las violencias son un desafío importante de Centroamérica, también hay pasos fundamentales en el reconocimiento de derechos humanos y desarrollo de la población LGBTQ+. Iniciando con ejemplos de paz negativa, entendiendo esta como la ausencia de violencia (Lederach, 2000, p. 22), en específico violencia directa, se resalta la despenalización de la homosexualidad en Costa Rica (2013), El Salvador (1826), Guatemala (1834), Honduras (1899), Nicaragua y Panamá (2008) (Mendos, y otros, 2020, p. 101). Esto es importante al eliminar una herramienta para la violencia directa, incluyendo el encarcelamiento y sanciones por razón de la orientación sexual o identidad de género.
No obstante, la realidad de la población LGBTQ+ en Centroamérica no se puede analizar y conformarse con un concepto tan limitado de paz como mera ausencia de violencia directa, ya que las cuestiones LGBTQ+ en Centroamérica son un fenómeno complejo que tiene sus raíces en la cultura y las estructuras que perpetúan violencia y se retroalimentan entre sí. Por ello es importante también ver los avances centroamericanos con respecto a la paz positiva, entendiéndose como “la presencia de condiciones y circunstancias deseadas [...] es la cooperación (la colaboración, la mutua asistencia, el mutuo entendimiento y confianza), es una asociación activa, caracterizada sobre todo por el mutuo beneficio de una relación positiva” (Lederach, 2000, p. 37).
Podemos resaltar algunos pasos que promueven ese beneficio mutuo y una relación positiva. Por ejemplo, en Costa Rica, la orientación sexual e identidad de género son protegidas por la Constitución, y se cuenta con protección laboral y derechos al matrimonio y adopción para las parejas del mismo sexo. En Honduras, el nuevo Código Penal prohíbe la discriminación basada en la orientación sexual. En El Salvador, se prohíbe la discriminación por motivos de orientación sexual en el ámbito de la administración. El Salvador (2015), Honduras (2013) y Nicaragua (2008) tienen agravantes por delitos relacionados con el odio por orientación sexual (Mendos, y otros, 2020). Panamá, en 2006, reconoció el derecho al cambio de identidad (García y Ester, 2021). Por otra parte, Guatemala ha elegido dos diputados LGBTQ+ en el congreso en los últimos periodos electorales (Nóchez, 2019). Asimismo, para toda Centroamérica, la Opinión Consultiva OC-24/17 del 24 de noviembre de 2017 sobre Identidad de género e igualdad y no discriminación a parejas del mismo sexo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, es una esperanza de transformación de la realidad.
En resumen, los avances desde la paz negativa y la paz positiva no se están dando como requiere la realidad que estamos planteando, pero existen, y están abriendo oportunidades para mejorar la calidad de vida de los más vulnerables. Asimismo, es importante, para no llegar a la fatiga ante este contexto violento y de avances insuficientes, vislumbrar un concepto de paz más amplio; el de la paz imperfecta, definida por Muñoz como: “la paz como un proceso, un camino inacabado”(2004). La paz imperfecta permite comprender mejor las dinámicas sociales y los métodos empleados para regular los conflictos.
3. Conflictividad
En primer lugar, la realidad de la población LGBTQ+ seguirá siendo conflictiva, hasta que, como región, podamos resolver problemas como la reconstrucción de una democracia participativa en Nicaragua, la violencia de pandillas en Honduras, y la violencia policial en El Salvador, lograr los derechos de identidad en Guatemala, el matrimonio igualitario en Panamá, y sostener las políticas de inclusión logradas en Costa Rica.
En segundo lugar, aunque algunos temas son más urgentes dependiendo del país, son tarea pendiente de todos. Sin embargo, y aunque puede ser negativo, los estudios de paz nos invitan a ver el conflicto como una oportunidad (Calderón Concha, 2009, citando a Galtung, 2003). Autores como Lederach (2000) nos invitan a ver el conflicto como un reto, a ver la incompatibilidad como un desafío intelectual y emocional (p. 59, citando a Galtung, 1978).
4. Conclusión
La realidad LGBTQ+ está impactada por diversos tipos de violencias. Por un lado, han existido pasos importantes que se pueden clasificar como contribuyentes de paz negativa y paz positiva; sin embargo, hemos visto que una realidad social tan compleja requiere un abordaje desde la paz imperfecta, que nos plantea que la paz para las personas LGBTQ+ es un proceso social y humano continuo e inacabado. Por otro lado, ante las tareas pendientes que tiene la región, la teoría de la conflictividad nos dice que hay oportunidad de transformación para la construcción de la paz en la realidad de las personas LGBTQ+ centroamericanas.
Por consiguiente, un proceso de paz en Centroamérica debe abordar integralmente la realidad de las personas LGBTQ+, quienes, como hemos demostrado, enfrentan múltiples formas de violencia que requieren atención urgente. Así pues, basados en la definición de Fisas, un proceso de paz para abordar la realidad de las personas LGBTQ+ en Centroamérica: (1) debe buscar poner fin a la situación de violencia; (2) requiere de etapas donde puedan participar todos los actores, incluyendo víctimas; (3) necesita diálogo y consenso para que los acuerdos perduren, y (4), debe incluir una etapa de desarrollo que permita superar las violencias estructurales de la situación conflictiva (2010, p. 5).
Es importante resaltar que estos procesos de paz requieren una perspectiva interseccional y de género para facilitar la participación de todas las diversidades. Sobre esto, nos dice Ariño: “los procesos de paz representan oportunidades únicas y privilegiadas de transformación de la violencia y de superación de las causas de fondo que subyacen a los conflictos [...]. Así pues, es clave que principios como la inclusividad o la sostenibilidad guíen estos procesos” (2016, p. 13).
En esta realidad, por supuesto, la violencia cultural será una de las más difíciles de abordar en este proceso de paz, ya que los prejuicios, estigmas y estereotipos que promueven la discriminación están muy enquistados en nuestra sociedad. De ahí que este proceso de paz deba apuntar a una transformación cultural: de la violencia a la cultura de paz, de la discriminación a la inclusión, y del machismo a la conciencia de género.
Asimismo, es importante entender que algunos fundamentos esenciales de la cultura de la violencia son el patriarcado y la mística de la masculinidad (Fisas, 1998). Por esta razón, “Asumir el cambio hacia una cultura de paz significa deconstruir estereotipos que nos llevan a la discriminación racial, étnica, de clases, como de género […]” (Salazar y Rendon, 2003).
De manera general, entendemos que las personas LGBTQ+ en Centroamérica son víctimas de una cultura de violencia que tiene como fundamento el patriarcado y la masculinidad hegemónica. Tenemos la responsabilidad de cuestionarlas para provocar una transformación hacia la cultura de “paz queer”, es decir, iniciar un proceso de construcción de paz continuo que busque poner fin a la violencia hacia las personas LGBTQ+, involucrando a todos los actores de la sociedad, con especial atención a las víctimas, dando sostenibilidad al proceso mediante el diálogo y el consenso, haciendo frente al patriarcado y la masculinidad hegemónica para poner fin a la violencia cultural y estructural desde una perspectiva de género e interseccional, dando como resultado la inclusión de las personas LGBTQ+ en las sociedades centroamericanas.
La educación para la paz en nuevas masculinidades es un paso inicial para crear este cambio en la sociedad centroamericana. No obstante, una problemática como la violencia sistémica que se ejerce contra la población LGBTQ+ en Centroamérica requiere un cuestionamiento amplio de la identidad, el género y la sexualidad para abordar desafíos como la heteronormatividad y la discriminación contra la población LGBTQ+. Un cambio que es posible, ya que tanto la violencia como la paz son fenómenos culturales aprendidos que pueden construirse con la disposición de las personas y esfuerzos sociales.
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