Salado-dulce

Ciudad de México, viernes 31 de enero de 2025
Para Luis Andrés:
Hay muchas maneras en las que un chico gay puede expresar todo lo que siente, pero ahora mismo estoy congelado. De nuevo siento las ganas de contarle a alguien, a través de una carta, todo lo que tengo que decir, pero al mismo tiempo, en mi cabeza trabajan miles de mini yos que no se deciden por dónde empezar. Veo la foto que tomé de ti con mi perrita mientras busco, en la sonrisa que le regalas a la cámara, las respuestas que necesito. Ahora que lo pienso, lo primero que me viene a la mente es una mezcla extraña entre enojo y felicidad ¿Será euforia? No lo sé, pero sé que lo podría definir como salado-dulce, un sabor que te gusta mucho y que, contigo al lado, he aprendido a saborear no sólo con el gusto, sino de muchas maneras.
¿Cómo no pensar que nuestro encuentro fue algo extraño, si cuando te conocí no buscaba nada más? Cabe mencionar que, para un chico gay, encontrar una relación no suele ser tan fácil como la gente piensa, pues allá afuera habrá muchos que entiendan lo complicado de encontrar una buena relación gay, y más importante, que esta sea sana, entonces… Sí, puedo decir que nuestro primer encuentro me supo salado por la poca confianza que se había deshilachado con los ires y venires de otros tantos. Eso hace a uno pensar que las cosas nunca cambiarán, que uno no es más que la aventura de alguien, un camino, un capricho, un mero dulce que se deshace en cuanto lo metes en la boca.
La primera vez que probé lo salado-dulce de ti fue al conocerte de la manera en que lo hice, pues por primera vez me topaba con un muchacho que mostraba verdadero interés en mí desde la primera cita, lo cual, como sabes y como saben nuestros amigos, a mí me causaba algo de desconfianza, y cómo no, si ahora parece que mostrar interés es algo más prohibido y extraño que el platino mismo en la corteza terrestre. Por alguna ridícula razón y por cosas del pasado, mi respuesta hacia ti no fue amena, sino desconfiada. ¿Por qué me trata tan bien?, ¿acaso está planeando algo? ¿Lo que dije fue tan chistoso? Y, aún así, con el temor batiendo con sede en el pecho y la cabeza, me animé a seguirte conociendo.
Recuerdo el beso robado sabor palomitas de mantequilla y caramelo que me diste en la sala de cine. Aunque entonces yo no quería que ocurriera nada porque temía hacerme ideas y que después ya no volviéramos a hablar, tomaste las riendas de la situación y fuiste claro con el rumbo que querías para ti conmigo, pero yo temía que de aquel beso brotaran raíces que se hacinaran a mi corazón y acrecentaran los sentires que, al caminar con el tiempo, sólo fenecen en rechazo con un “no estoy listo”, “sólo quiero divertirme”, o que simplemente desaparecieras, cual fantasma en Hamlet.
Recuerdo la vez que me enfermé de gripa y tu primera reacción fue ir a mi casa a cuidar de mí. Pensé, incrédulo: ¿quién haría eso sólo para ver a un enfermo? Sin embargo, por dentro estaba feliz de que alguien se mostrara tan preocupado por mí. Te importó poco que estuviera enfermo y hasta me besaste con sentimiento. Aquella noche fue cálida y suave, pues desde que uno vive solo, la individualidad es la única caricia que se toma el tiempo de estar con uno.
No puedo parar de pensar cuando conocí a tu amigo Rodrigo, quien desde un primer momento tuvo la cortesía de invitarme a su casa y tratarme tan lindo y amable como lo haces tú, y de casi casi felicitarme por estar contigo. Pienso que para ti ocurrió algo similar cuando te presenté a mi mejor amiga Clara, quien dulce y cariñosa como sólo ella puede ser, se emocionó de conocer a alguien que me puso como primera opción y que, por primera vez en mucho tiempo, no me ocultaba ni me usaba de colchón emocional para llenar su sed de atención. He de decirte que fue ella quien más ánimo me dio para conocerte, pues no hay nadie que conozca más a fondo mis miedos que ella.
No olvidaré la noche del 31 de octubre, pues fuera de que era Halloween, esa noche platicamos sobre tener una relación formal mientras colocábamos el altar de mis difuntos. Yo, que no paraba de repetirme en la cabeza “lo que fácil llega, fácil se va”, y por miedo a sentir el dolor de la partida de alguien a quien amo (y comenzaba a amar), te mencioné que en unos meses más habría un momento idóneo; sin embargo, tú, pícaro y nada tonto, me dijiste “Este es un momento ideal”. Sin argumentos, bajo la mirada y presencia de mis familiares en el aldilà, entre pétalos de cempasúchil, velas, incienso y ofrendas, te pedí que fueras parte de mí por el tiempo que se nos pudiera ser prestado. Esa noche dormimos juntos, y, abrazado a tu piel, volví a sentirme un vivo entre los muertos.
Recuerdo haber pensado varias veces si lo que estaba viviendo era real, pues en mi cabeza comenzaba a invadirme tu nombre, mi boca sólo quería hablar de ti y mi cuerpo reaccionaba tan sólo imaginarte. También rememoro los pensamientos negativos que me carcomían durante las noches.
Temí no sentirme merecedor de tu cariño, pues no me considero hegemónico, como luego a muchos de nosotros (y no sólo a la gente de la comunidad) nos hace sentir la sociedad. Tú, por otro lado, me haces ver lo lindo de no ser perfecto, y cómo justo el no serlo me hace, irónicamente, serlo. ¿Es acaso una rosa más bella que las demás rosas?
¿Sabes?… amar no es fácil; amar a alguien de tu mismo género, menos, pero hoy en día, sin dudarlo, me siento en un lugar seguro, un lugar que pocas personas tal vez entiendan, o tal vez no, pero creo que hoy más que nunca estoy en paz con lo que soy, con quien me gusta y con el lugar hacia el que apunta nuestro camino. Me has quitado el miedo de recorrer la vereda solo, no sé si por mucho o poco tiempo (espero que mucho), pero sé que, sin importar el resultado, me sentiré feliz de haberte conocido. Y aunque la vida a veces sepa salada y otras veces sepa dulce, apreciaré los momentos de aquel sabor extraño que tanto te gusta y que ahora es de mis favoritos.
Con cariño, feliz de haberte conocido, y esperando a comer de nuevo papas con helado,
Eduardo