Una noche bonita y no más...

Una noche bonita y no más...

Estoy por contarte una historia que seguramente conoces bien. He de advertirte que se encuentra cargada de innumerables emociones. Por favor, déjame contar esto mientras escuchas la playlist Acompañamiento: Una noche bonita y no más en Spotify o YouTube Music; la hice especialmente para ti. Quiero que sepas lo mucho que me importas. Tranquilo, si te pierdes en la música, te dejaré algunas instrucciones para que puedas adelantarte o volver, si es necesario

QR para carpeta de música en YouTube Music
QR para carpeta de música en Spotify

[Comencemos con algo un poco raro, el “Adagio sostenuto” de Beethoven, muy apropiado para… ¿lo nuestro?].

Todavía recuerdo la primera vez que te escuché: esas pausas, la voz entrecortada y tus ansiosas manos, con las que no dejabas de jugar. Tu nerviosismo era perceptible y, pese a ello, captaste toda mi atención, Dorian.

Pensé en hablarte, pero, al tratar de acercarme, sentí cómo me invadía la inquietud y mejor me alejé, sin saber que volveríamos a vernos esa misma semana. Era viernes y tú, con tu cabello castaño y ondulado, tu sonrisa nerviosa, tus ojos claros ocultos detrás de un par de gafas, una playera negra y un pantalón ajustado, echaste a andar mi imaginación de inmediato.

Ese mismo día te acercaste a preguntar algo de la materia; a decir verdad, un encuentro muy abrupto para mí. Sentí mi corazón acelerarse y el estrés por mantener una expresión seria pero amable, y lo más importante: la mirada fija al frente y no en el paquete que resaltaba en tu entrepierna.

Con el paso de las semanas, mi mente se vio invadida por escenarios imaginarios en los que teníamos charlas profundas sobre lo mal que se percibe la abogacía, los formalismos innecesarios que se conservan de generación en generación, las reglas sociales que se deben seguir, los problemas sobre la educación, los prejuicios y, más concretamente, la imposibilidad de cambiar el panorama de ese mundo. Nadie dijo que estudiar esto sería miel sobre hojuelas, menos para alguien como yo.

Poco a poco, esos pensamientos se convirtieron en deseos que, a su vez, comenzaban a volverse más una necesidad: el dulce placer de escucharte llegar a lo más profundo de tus pensamientos, sentir tu alma invadiendo mi ser, y poder, aunque fuera por un instante, tocar tu piel tersa y blanca, hasta besar con delicadeza cada parte de tu cuerpo. Conforme pasaban los días, estas ideas se fueron intensificando hasta que, en el día menos pensado, apareciste en el salón de clases para quebrar todos esos momentos imaginarios con sólo cuatro palabras:

—Ella es mi novia —dijiste despreocupado, mientras tomabas su mano sin sospechar el mundo que cambiabas.

Traté de disimular mi desmoronamiento interno y respondí con cortesía.

—Un gusto, soy Demian.

Me contempló sin decir palabra alguna. Lo único que obtuve a cambio fue una mueca acompañada de aquella mirada frívola y ligeramente burlona. Claro, demasiado estúpido fue pensar siquiera en la remota posibilidad de que fuéramos compatibles, pero, ante el miedo de perder esa pequeña parte de mi vida, decidí seguir adelante con este juego de personajes y antifaces.

Al entrar al salón, te sentaste junto a mí para platicar y, sin dudarlo ni un momento, comenzaste a decirme todos los detalles de tu relación con ella. La describiste de una forma tan idealizada y perfecta que hasta parece un mal chiste que se llame Beatriz, como en la obra de Alighieri. Una chica que detallaste como dulce, bondadosa, bella, talentosa, inteligente, casi merecedora de un altar en su honor y su propio culto como divinidad. A mí me pareció alguien con una pésima actitud.

Y es que jamás consideré el hecho de que, a diferencia de muchas personas, nunca me he decidido a expresar abiertamente lo que soy en el primer momento en que conozco a alguien. Vaya, no es que la gente ande todos los días por ahí diciendo que es hetero, gay, lesbiana, bisexual, queer, o cualquier otra forma diversa de existir. Claro, tampoco me representa un problema tener que hacerlo cuando es necesario. Creo que me basta la simple vivencia, sin etiquetas.

Aún así, me era imposible competir con todo eso. El hecho de ser tan imperfecto, más lo que es evidente: tienes a una persona ocupando tus pensamientos. Ella es mujer y yo no; yo soy gay y tú no.

Luego del desastre de aquella tarde, nada pasó en semanas, salvo mi procesamiento interno, hasta que nos encontramos una tarde en la cafetería. Afuera llovía y el clima era hostil; fuertes ráfagas habían causado el desprendimiento de ramas y un par de árboles en la ciudad.

—Hola, Demian —dijiste mientras sacudías tu cabello y te quitabas la chamarra, pues estabas empapado por la tormenta.

—¿Qué tal, Dorian? —contesté al tiempo que me libraba de los audífonos—. Bastante animosa la tarde, ¿no crees? —continué con sarcasmo, mientras esquivaba tu mirada con un pequeño gesto hacia la ventana que daba al patio principal.

—¿En verdad te parece un mal día? Yo creo que es maravilloso, me fascina la lluvia —dijiste mientras dabas un sorbo a tu capuchino—. ¿Qué estás escuchando?

—Un poco de música triste —traté de disimular lo incómodo del momento, porque la música me parece algo bastante íntimo, algo que no siempre debe contarse—. Es la canción "The Loneliest" de la banda Måneskin, ¿la conoces?

You'll be the saddest part of me, a part of me that will never be mine —comenzaste a tararear, sin saber que era de mis canciones preferidas. Lo hiciste de una manera tan adorable  que sentí una chispa de alegría encenderse en mi mirada.

—Aunque quizá ahora no es un buen momento para eso —te interrumpiste.

—¿Qué sucede? —hice una pausa, sopesando si era adecuado lo que iba a decir, pero al final decidí hacerlo—. Ya no he visto a tu novia, ¿ella está bien?

—Sí... No... —tragaste saliva, lucias algo abrumado—. Bueno, lo que pasa es que terminamos hace poco, de hecho fue unos días después de que viniera conmigo —dijiste mientras tu mirada se tornaba llorosa y tu voz se quebraba poco a poco—. Creo que no soy suficiente para ella. Para nadie.

Apretabas los labios y vi caer una lágrima tras tus lentes. Si tan solo hubieses sabido todo lo que sentía en ese momento, lo que quería ser para ti.

—Discúlpame, no lo sabía... No fue mi intención hacerte sentir así, en verdad perdóname.

Permanecí en silencio, bebiendo mi mocha y mirándote de reojo. Fue así que noté por primera vez un tatuaje que ocultabas en el antebrazo.

—Siempre serás suficiente, mientras estés con la persona correcta —dije después de unos minutos. Qué tonto me sentí.

—Espero que así sea, aunque es difícil la espera —sollozaste mientras tocabas con un poco de inseguridad mi pierna, frotando con tus dedos—. Vayamos a clase, ¿quieres, Demián?

[Aquí debería seguir “Close to you” de Iván Blois. Pienso que refleja bien nuestra cercanía tan… ¿extraña?].

Después de aquel día, dejaste de ir por tres semanas. Me pesó tu ausencia, no toleraba la falta de ti. Así fue hasta que, de la nada, mientras leía una obra de Oscar Wilde en la biblioteca principal de la universidad, apareciste por detrás y alborotaste mi cabello, tomándome por sorpresa:

—¿Qué lees, amigo?, ¿acaso es algo triste?... ¿Tú lo estás?

Te sentaste junto a mí y me tomaste por encima del hombro. Sentí un escalofrío cuando tu mano cruzó por mi espalda.

—Perdona, creo que no te he dicho que me desagrada un poco el contacto físico.

Frunciste el ceño y retiraste lentamente tu mano para señalar el libro que leía. Vi algunas heridas en tus dedos, similares a las que me produzco durante mis peores crisis de ansiedad. Cuántas cosas me faltaban por saber de ti.

—Es de mis favoritos. Es sobre el retrato de un hombre joven, atractivo y culto por un lado, pero a la vez hedonista, corrompido y cínico —continué la conversación, reflexionando sobre lo más importante—. Alguien que se dejó manipular por los demás, tornándose en algo distinto a lo que su naturaleza inocente e inexperta le dictaba, para convertirse en un montón de decisiones egoístas, torpes y destructivas.

—Y además se llama Dorian, ¿es que tú te obsesionaste conmigo? —fijaste tu mirada en mí, obligándome a desviar la mía al ventanal que daba a la fuente de las ranas, por lo intimidante que me resultabas.

—También he estado leyendo. De hecho, la lectura me recuerda a ti —continuaste, a la vez que tomabas un libro de tu mochila y me lo extendiste para que lo viera.

—¿Hermann Hesse? Lo he leído, pero no entiendo la similitud conmigo, salvo el nombre del personaje que hipnotiza a Sinclair —hice una mueca mientras me acomodaba el cabello que momentos antes desarreglaste, tal como lo habías hecho con mi vida.

—¿Es que tú bromeas? Es joven, intelectual, maduro, seguro de sí, atractivo… —pausaste para ver mi reacción, como si fueras capaz de percibir mi inquietud—. Alguien que no encaja con su entorno, al contrario; busca cuestionarlo a la más mínima provocación para cambiarlo —entrecerraste la mirada, tomaste mi libro, sonreíste ligeramente y, sin más, lo guardaste junto al tuyo—. Deja esto, mejor vayamos por un café.

Quedando sin palabras, accedí sin cuestionar.

[Quizá es demasiado cursi, pero “Love story” de Lola & Hauser es una interpretación preciosa para lo que viene… ¿o no?]

—¿Por qué no habías venido?, ¿has estado bien?, ¿te ha pasado algo? Me preocupó mucho que no vinieras y no me contestaras los mensajes —pregunté de camino a la cafetería, que estaba al otro lado del campus; quise aprovechar tu andar lento y despreocupado.

—Tuve algunos problemas familiares, les dije a mis padres… —interrumpiste tu idea, manteniéndote pensativo hasta que soltaste un suspiro profundo—. No es nada, Demián, algo sin importancia.

—¿Estás seguro? Puedes contarme... Bueno, también sé que no nos conocemos mucho y entiendo que no quieras decírmelo —repliqué con inseguridad. Me tomaste del hombro con firmeza y te detuviste frente a mí de forma acelerada.

—¿Cómo haces para sentirte seguro de ti? Es decir, ¿cómo tienes tanta certeza de quién eres y de lo que eres?

Me quedé perplejo. Conocía el sentido de lo que tratabas de preguntar, pero no supe cómo gestionarlo y, peor aún, no sabía qué contestar.

—¿A qué te refieres? No entiendo —te miré consternado pero deseoso de gritarte la verdad, que supieras de una vez lo que siento, pero tú sólo desviaste la mirada hacia el cielo.

—Olvídalo, es una tontería.

Te quitaste los lentes y llevaste una de tus manos al rostro de manera desesperada; pude sentir la ansiedad fluir desde lo más interno de tu ser.

—¿Te refieres a cómo lidio con ser...? —por primera vez en la vida temí decirlo—. ¿Hablas de ser gay?

Sentí la tensión en el ambiente. Sujetaste mis hombros con coraje y te acercaste más.

—¡Te dije que lo olvidaras, Demian!

Me palpaste en el hombro; estuvimos tan cerca que pude percibir como nunca tu aroma.

Continuamos nuestro andar en silencio, pero entendí que algo no estaba bien. Aprecié que querías ahogarte en un grito y olvidarlo todo. No logré discernir cómo explorar esa parte de ti que ahora sabía que existía, un lado que permitía la pequeña y remota posibilidad de estar juntos.

—Dorian, ¿puedo hacerte una pregunta? —dije de la manera más tranquila posible, a la par que observé tu reacción; una mirada fija, cargada de ira y confusión—. ¿Te gustaría ir por la noche a algún sitio? Pienso que podría ayudarte a desestresarte un poco, liberar tensión y, quizá, pasarla menos mal.

Cabe decir que no era mi pregunta original, pero preferí improvisar. Y es que, después de cómo reaccionaste antes, no hubiera obtenido nada preguntándote sobre tu sexualidad. Tu acercamiento y tu reacción me habían hecho pensar en eso, pero era tonto, ya que tuviste novia.

—Claro, Demian. Solamente quisiera dejar en claro que yo no… —pausaste tu respuesta para mirarme de forma pensativa. No tienes idea de lo mal que me pone cuando lo haces; me es difícil sostenerte la mirada—. No quisiera sonar grosero o que te sientas mal, pero es que... yo no soy gay. Es decir, mi familia y todos mis amigos, incluyéndote, saben que a mí me gustan las mujeres; incluso conociste a Beatriz —guardaste silencio y comenzaste a jugar con tus manos, gesto que ya relacionaba muy bien con tus nervios.

—Tranquilo, yo lo sé —contesté de inmediato, acompañado de una ligera palmada a la altura del tatuaje de tu antebrazo. Me fascinó desde que lo descubrí—. Sólo vamos como amigos, se supone que eso somos, ¿no?

Asentiste con un movimiento de cabeza.

–Mejor cuéntame un poco de tu familia, ahora que la has mencionado.

Así supe que te formaste en una religión conservadora, al igual que yo; que tus padres se divorciaron por diversas infidelidades de tu papá; que eras el menor de tres hijos; y que tus hermanos ya están casados y tienes sobrinos a los que les llevas pocos años.

Además, tus padres te obligaron a estudiar una carrera que no querías; tu anterior noviazgo fue producto de la presión de tu mamá, porque Beatriz es la hija de su mejor amiga. Tus amigos te insistieron, a los quince años, que tuvieras relaciones sexuales por primera vez con ella. Y por si todo eso no fuera suficiente, tu padre insistía en que te comportaras como un jodido Don Juan en tu relación.

Esencialmente, todo a tu alrededor te obligaba a ser un Dorian heterosexual, viril, coservador y normal. Aún no tenía claro si era algo con lo que te identificabas, pero suplicaba que no.

—Ahora entiendo muchas cosas, creo que sé a dónde ibas con tu… —me interrumpiste mientras llegábamos al salón de clases. Sin tocar más el tema, nos sentamos juntos para jugar en línea durante tres largas horas.

[Esta parte caótica y crítica requiere de un “Van Gogh” interpretado por Virginio Aiello y de “Rivers flows in you” de Yiruma. Espero no abrumarte mucho… ¿por qué tuve que vivirlo yo?].

Al caer la fría noche, tal como habíamos planeado, caminamos por el centro de la ciudad, hacia un rumbo que me era ligeramente conocido en la Zona Rosa.

—Pasa tú primero —dijiste, al llegar a un colorido bar, e indicaste la mesa con tu mano—. A este lugar solía venir con Beatriz y algunos de sus amigos que no me caían bien —llamaste al mesero con un gesto. Era muy notorio que lo tenías todo estudiado y controlado, como si fuera tu ambiente.

—Dorian, no sé si te has dado cuenta, pero este es un lugar de ambiente…

Me hiciste una seña de guardar silencio y guiñaste el ojo; preciosa reacción provocaste en mí.

Aquella ocasión cenamos y bebimos un par de tragos, quizá demasiados, hasta quedar desinhibidos y vulnerables. Platicamos tranquilos hasta que, de pronto, sonó una canción que me hizo llorar, porque me recordaba a un viejo amigo a quien llevaba en mi pensamiento por todo lo que vivimos juntos. Schmuel ya no está aquí. Me agaché para que no me vieras sollozar, pero lo notaste de inmediato.

—Los chicos como tú no deben llorar.

Me tomaste con suavidad para colocar un beso en mi frente. En verdad no debiste hacer eso, sentí cómo me agité al instante.

—¿Sabes algo, Demian? —susurraste en mi oído—. Siempre te he observado. Te has vuelto una obsesión para mí, pero...—me alzaste de la barbilla para que tu mirada se encontrara con la mía, guardaste silencio por un instante y continuaste—. Tengo miedo de experimentar esto, no sé por qué lo siento y… —tus ojos se humedecieron. Contuve mi impulso de limpiar las lágrimas que comenzaban a rodar sobre tus mejillas—. Nunca imaginé que algo así pudiera pasarme, fue justo de lo que quise hablar con mis padres y ellos sólo me recluyeron con un terapeuta por varias semanas, incomunicado del mundo. Lo peor es que jamás dejé de pensar en ti, sabía que te preocuparías por mí, por eso te busqué aquella tarde en cuanto salí.

—¡¿Qué dices?! —me impacté demasiado con lo que mencionaste—. Veamos, Dorian, esto no es algo del otro mundo…

Pensé un poco lo que iba a comentar, tratando de asimilar todo lo que acababas de contarme, pero no supe por dónde empezar.

—Sé que no todos la tienen fácil para vivir con esta libertad, te entiendo, sé lo que es vivir con miedo… —respiré profundo y continué—. Hace ya varios años, cuando era niño, no sabes las veces que me culpé por sentirme así. Recé por muchas noches para dejar de sentirlo y fue inútil —me detuve un momento—. Le recriminé a Dios por no hacerme normal…

Continuabas llorando. Te acurrucaste entre mis brazos; siempre lo imaginé, pero no en esas circunstancias.

—Sabes algo… —te recargaste en mi hombro, lograste cesar tu llanto—. Nunca había venido aquí antes con nadie, mucho menos con Beatriz, pero sí frecuentaba el lugar con la esperanza de encontrar algo fugaz, tal vez alguien solitario sentado en la barra —miraste con detenimiento el sitio y, temblando, entrelazaste tu mano con la mía.

—Un encuentro anónimo, de una sola noche, para nunca más tener que interactuar con la misma persona y que mi imagen no se viera afectada con eso —te pusiste de frente, vi llevar tu mano a mi barbilla y fuiste acercándote despacio, con la respiración agitada.

—Ahora no sé bien si quiero eso contigo, me vuelves loco y tú ni siquiera te das cuenta de eso, Demian... Es que tú ni siquiera me ves a los ojos... ¡Por dios! Veme con esa mirada tan dulce —inclinaste tu cabeza. Cada vez estabas más y más cerca, hasta que tus labios se encontraron con los míos. Una extraña sensación de éxtasis invadió todo mi cuerpo. Te dejé tomarme a tu gusto.

—No sabes cuántas veces imaginé esto—dije frenético, incapaz de contenerme, sólo quería continuar haciéndolo—. En verdad no tienes idea de cuán obsesionado estoy contigo… —me tomaste de ambas manos, levantándome para salir a bailar y calmar nuestra inquietud.

—Ya no digas nada, solamente disfrutemos esto —me plantaste otro beso que me hizo estremecer por completo y me envolviste entre tus brazos.

Noté todos mis sentidos acelerarse, mi corazón palpitaba a mil y cada parte de tu cuerpo rozaba con el mío. Nos volvimos uno.

Ese viernes, el más bello de la vida sin duda, continuamos besándonos y bailando hasta que el sol terminó con la noche. Fuimos los últimos en salir del lugar y afuera, sin canciones, seguimos bailando. Sólo fuimos tú y yo, sin que los demás a nuestro alrededor importaran.

—Esto no lo debe saber nadie, ¿me entiendes? —dijiste de repente, rompiendo toda la pasión del momento, quebrando la magia de la historia más bella del mundo, una vez más—. Tenemos que ser discretos, por ti, por mí, por nuestros trabajos, la escuela, nuestros amigos y, sobretodo, mi familia. Trata de…

—Espera, ¿qué? —increpé molesto de inmediato. Coloqué mis manos en tu pecho—. ¿Cómo pretendes estar juntos si no es abiertamente? Podemos ser Demian y Dorian, sin tener que amarnos en la oscuridad o mezclados entre un montón de extraños, perdiendo nuestro sentido de identidad.

—Por favor, no más. Entiéndeme… —pusiste tu dedo en mis labios, para luego besarme por última vez. Abrazados por un instante más, comprendí, sin hablar, que esto terminaría pronto.

[Escucha la última canción, ¿quieres?].

Así, después de que lo vivimos todo en una noche, caminamos juntos por la ciudad al filo del amanecer, sin decir nada más. Con los dedos entrelazados, mirándonos de reojo de manera ocasional y con melancolía, acercaba de vez en cuando tu mano suavemente a mi rostro para confirmar que todo eso era real. Quizá hubiera sido mejor que no lo fuera, que permaneciera como un sueño.

Me acompañaste hasta el portal de mi casa y nos despedimos como dos extraños. Me supliqué ser fuerte para que no notaras que estaba comenzando a llorar. Luego, borraste el encanto de toda una velada con un simple gesto, mientras en mi cabeza resonaba aquella estrofa de mi canción favorita de La Oreja de Van Gogh: “El miedo de pronto nos pudo y dijimos 'fue solo una noche bonita y no más'”.

[No te vayas, por favor…].