Unas manos llorosas

Unas manos llorosas

Recuerdo ser niño y nunca abrirme el pecho

en busca de banderas mal dobladas.

Recuerdo correr entre blusas 

cada primavera, y raspar

mis rodillas escalando la corteza.

Nunca, mirándome al espejo, pregunté 

¿dónde está mi cuerpo?,

sólo era piel usada para ser habitante de un mundo

y enterrarme en tierra hasta las pestañas.

Yo era algo más que un discurso,

más que un temor lacerado.

Crecí brotando telas en los brazos,

no me detuvo una enseñanza caducada.

Jugaba con collares y corbatas

como un simple juego de cartas.

Por un momento llovieron tempestades

para convertir las líneas en manchas,

ya no supe dónde dejar los zapatos

cuando todos tenían tiza rodeando mis pasos.

Si soy un medio, no debiera quedarme quieto,

pues el fuego arde entre costados

para obligarme a salir corriendo.

¿Hacia dónde va?, se preguntan

conteniendo sus alientos.

Parece que el tiempo enferma

cuando olvido que no estoy viviendo.

Performo en actos vandálicos

como calles y plazas de pueblo,

todos son público sin corazón ni aliento.

Me transformo anti-humano

por haberme renombrado.

Así estas manos llorarán hablando lento,

un paréntesis en su historia traducida

por una lengua que no ha bebido

nuestro miedo.

Nos quieren apretados en cuero

para nunca mirarnos las pupilas,

callados, sumisos,

sólo abren nuestras jaulas un verano

para llevarnos con correa a otra más brillante

pero igual de pequeña.

Somos una celebración sin gloria,

el carnaval pagano

que prohibirían si no tuvieran

mil ojos en sus costados.